martes , 3 diciembre 2024
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Hay vida en la patria

La marcha en defensa de la Universidad pública, gratuita y de calidad que estalló en todas las ciudades argentinas el pasado 23 de abril, tuvo una dimensión, una potencialidad e identidad capaz de inspirar sentimientos y lecturas diversas. 

Sara Liponezky

Especial para EL DIARIO

Fue sin dudas, la más numerosa y extendida de los últimos cuarenta años. Convocó a la comunidad universitaria en pleno {estudiantes, docentes, no docentes, autoridades y egresados} a madres y padres de estudiantes que nunca accedieron a ese nivel académico, trabajadores, jóvenes que aspiran a iniciar su trayecto universitario y una buena parte de la ciudadanía espantada ante algunas regresiones graves. Para las y los que vivimos el tiempo del Cordobazo y su impacto en todo el país, esa trama de sectores movilizados por un poderoso y central objetivo, fue una evocación fuerte en lo emocional, también un aliciente en este contexto de inercia y resignación. Y otra vez, la reivindicación de aquella gesta que fue la Reforma Universitaria de 1918. Un movimiento que no sólo abrió las puertas del saber superior a amplias capas excluidas de la sociedad, sino que fue el punto de partida para posicionar a la Argentina como una referencia científica calificada y fraternal en toda América Latina. Formaba parte de una secuencia lógica que inició Roca, como presidente siendo Sarmiento ministro de educación con la Ley 1.420 de educación común, gratuita y universal. Mucho tiempo después en 1949, el peronismo estableció la gratuidad de la enseñanza universitaria y creó las tecnológicas, para los trabajadores que requerían modalidades diferentes por sus limitaciones horarias. Esta vocación por la equidad y la inclusión educativa está en la esencia misma de nuestra cultura. 

Una sola consigna, la educación 

Y claramente se puso en evidencia el pasado 23 de abril. No hubo consignas partidarias, a pesar de que predominó una, cuya versión original es: “Este pueblo no cambia de idea, sigue la bandera de Evita y Perón”. En la movilización finalizaba: “sigue la pelea por la educación”. Hubo menos cánticos contra el gobierno autodenominado libertario, que a favor del objetivo central. Fue visible el entusiasmo, especialmente de la juventud multitudinaria, por encima de cualquier irritación, agresión y menos violencia. A tal punto que el desproporcionado aparato represivo desplegado en la Capital y otras ciudades grandes tuvo escasa actuación. Fue una señal contundente de la persistencia de ciertos valores incorporados a nuestra historia colectiva, que nos constituyen como sociedad y trascienden cualquier parcialidad de opinión. Que las y los argentinos, incluida esa juventud resuelta y batalladora que pobló calles y plazas (quizás una parte votante de este gobierno) no está dispuesta a ceder. Marcamos un límite. Renovamos viejas y siempre virtuosas, prácticas de participación popular. Que signaron nuestra defensa de la soberanía política y económica como de la justicia social desde los orígenes. Por varios días pusimos en jaque la centralidad esquizofrénica del Presidente, mostrando que hay otras y otros actores en el escenario social, de enorme magnitud. Cambiamos un poco la agenda cotidiana aliviando tanto sufrimiento, en los encuentros con amigas y amigos, en el trabajo, la cátedra y el diario hacer. Sin temor a exagerar, creo que fue una especie de bisagra ya que además nos mostró la otra cara de una Argentina doliente, vigorosa y entramada, muy distinta a la que exhiben algunos medios, redes o tuiteros.

Mirada enriquecedora

Para quienes adherimos con pasión a un modo de pensar y transformar la realidad, nos amplió la mirada, la enriqueció. Una vez más, la organización no partidaria, la espontaneidad y la comunidad de ideas y propósitos, supero a la expectativa y la debilitada conducción de una dirigencia tradicional. La autonomía de pensamiento y la reacción ante una amenaza cierta contra la universidad pública, pusieron en marcha una energía social con fuerte incidencia de sectores medios, sin precedentes en épocas cercanas. A quienes abrevamos en la concepción del movimiento nacional nos reafirmó en la vigencia de esa herramienta estratégica, en el reconocimiento de las coincidencias sustanciales más que el acento en las diferencias. Con la convicción de que ante un poder consolidado de políticas/os, empresarios cipayos e intereses extranjeros dispuestos a liquidar derechos y patrimonio nacional (material y cultural) es indispensable recrear un frente de aspiraciones, proyectos y voluntades que trascienda matices y coyuntura. Con la representación, la amplitud y la decisión para generar una reconstrucción planificada, reparadora y con perspectiva de largo plazo. Sera conducente y saludable centrar el pensamiento en una nueva frecuencia, más positiva que la catarsis, la crítica y la autocrítica (por cierto, muy necesaria).

No es exceso de euforia ni optimismo ingenuo, es una apreciación dentro del contexto harto difícil, oscuro, sin rumbo, paralizante y desolador. Agravado por la actual gestión elegida democráticamente, que aún disfruta la confianza de un porcentaje ponderable de sus electores. Mientras persiste en la negación de la realidad y exhibe una intolerancia desmedida ante quienes disienten. Alienta la resignación y subestima la participación popular, procurando impedirla con todos los recursos disponibles, aunque sea legitima. En este marco, valoro la presencia del soberano en las calles. 

Digamos también y admitiendo las asignaturas pendientes , que la marcha del 23 propuso un formidable desafío más allá de la comunidad universitaria. Atendiendo a expresiones de Elio Salcedo en su reseña sobre Saúl Taborda, lucido filósofo y pedagogo reformista “la transformación educativa… no se circunscribe a la educación superior ni formal, sino que se relaciona necesaria y naturalmente con la reivindicación de la propia cultura y la propia historia, con el hombre y la mujer concretos de nuestro pueblo y nuestra patria de todas las épocas… sin exclusión de nadie y menos de las mayorías y del pensamiento nacional”.

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