La historia de superación, sacrificio y épica que anima el guion de la película Pelota de trapo inspiró la creación de un club que defendiera los mismos valores que la institución del filme. Se llamó Sacachispas, nombre que luego dio título a una nueva realización cinematográfica. Uno y otro relato están en los cimientos de una reconciliación de las artes con el fútbol.
Gustavo Labriola
Especial para EL DIARIO
El fútbol, se ha definido frecuentemente como un sentimiento, una pasión inexplicable más que un juego. Sobre todo en países con tradición futbolística, se ha exacerbado (en el sentido de agravar o avivar una pasión) la connotación frenética de la simbiosis entre las personas y las divisas con las que se sienten representadas. En las últimas décadas, particularmente, se le ha agregado un interés superlativo en el balompié como negocio con un rédito económico extraordinario para un puñado de empresarios y compañías.
En realidad, hubo una época en la cual la intelectualidad veía con desmedro escribir sobre futbol, de forma tal que, por ejemplo, Borges lo denominaba “cosa estúpida de ingleses”, e incluso Virginia Wolff, tuvo expresiones altamente denigrantes respecto a la presencia de mujeres en los estadios de futbol.
Hoy, en cambio, esa connotación afectiva y emotiva, tan a flor de piel, ha generado que escritores incursionaran, a veces con ciertos pruritos, en la temática futbolística. Desde el inglés Nick Hornby, con su “Fiebre en las gradas” y su amor por el Arsenal F.C.; o algunos poetas como Vinicius de Moráes y su oda a Garrincha o Rafael Alberti y su poema a Platko, arquero del Barcelona, en los años ’20, del siglo pasado. Por otra parte, el atildado y refinado Camilo José Cela con sus Once cuentos de futbol.
El premio Nobel de Literatura guatemalteco Miguel Ángel Asturias, cuenta en un artículo, el origen (uruguayo) de la palabra “hincha”, haciéndolo derivar de un hombre, Miguel Reyes, utilero del Club Nacional de Fútbol de Montevideo, que inflaba los balones antes de cada partido, a mano, dado que no existían compresores ni máquinas. Y luego, se desgañitaba y sufría en la tribuna.
Músculo y metáfora
Eduardo Galeano en “Fútbol a sol y a sombra” expresa su visión de hincha sorprendido y admirador respecto de los grandes artífices del juego. En el libro abundan los retratos, breves y a veces líricos, de grandes cracks del pasado. La de Galeano es la visión sentimental de un hincha que escribe. Que infla. Que insufla poesía a los goles de Heleno y Walter Gómez. Por otra parte, otro premio Nobel, Günther Grass, fue un ferviente seguidor del SC Friburgo que transitó muchos años en la segunda división del futbol alemán.
Como no recordar a Albert Camus, otro premio Nobel de Literatura, y sus antecedentes de arquero, su madre lavando las camisetas de su equipo y la feliz expresión de “lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol”.
En Argentina, otros autores que se involucraron con el tema fueron Roberto Fontanarrosa, cuyos cuentos repartidos en varios libros se conjugaron recientemente en “Puro fútbol”; y Eduardo Sacheri que se hizo inicialmente conocido por las lecturas de cuentos de fútbol de autoría, por parte de Alejandro Apo, en sus programas de radio.
En la primera, y por ahora, única biografía del notable escritor Osvaldo Soriano, llamada Soriano, una historia, Ángel Berlanga, refiere un detalle que el propio marplatense se ha encargado de contar en algunos escritos. Cuando en uno de los sucesivos destinos que el trabajo de su padre fue disponiendo como encargado de Obras Sanitarias, la familia recaló en Cipoletti, leyó el que sería el primer libro de ficción al que accedió: El diario de Comeúñas, de Ricardo Lorenzo “Borocotó”.
Soriano lo recuerda así. “Yo seguía el fútbol a través de Aróstegui, de Veiga y esperaba la llegada de El Gráfico que para nosotros, los más chicos, era la Biblia. También recuerdo que el primer libro que leí en mi vida lo tuve que pedir por correo a la Editorial Atlántida: era El diario de Comeúñas, de Borocotó, un ejemplar que todavía guardo”.
Ricardo Lorenzo Rodríguez, nacido en Montevideo, fue un periodista reconocido por el seudónimo Borocotó (derivado, según cuenta Juan Sasturain, en un artículo publicado en Página 12, de la onomatopeya de las murgas montevideanas –boro – cotó) que en “El Gráfico”, histórico semanario deportivo, signó páginas recordadas. Sus perfiles en Apiladas y En el alma del potrero, referían a miradas contemplativas y sentimentales respecto a deportistas, sus historias y hazañas.
Sueño y realidad
El potrero, ese lugar emblemático para disputar partidos de fútbol informales y eternos, fue el ámbito que consideró Borocotó para El diario de Comeúñas. Es la historia de la fundación de un club de futbol, Sacachispas, por parte de Comeúñas y sus amigos; su preocupación por tener una pelota de cuero, sus partidos en los potreros, la participación con el equipo del club en la primera división y la ocasión de conseguir el título del torneo.
La repercusión del libro fue tal que Leopoldo Torres Ríos (el padre de Torre Nilsson) llevó la historia al cine, en Pelota de trapo (1948), con guion del propio autor literario, el director cinematográfico y su hijo. Contó con la participación de Armando Bó y varios de los principales jugadores profesionales de la época.
El éxito del filme posibilitó que un par de años después, Jerry Gómez, dirigiera Sacachispas, con guion de Borocotó,retomando el tema de la película anterior, sin conseguir la notable repercusión popular que tuvo aquella.
Pero la principal consecuencia de Pelota de trapo fue la creación del Sacachispas Futbol Club el 17 de octubre de 1948, en el barrio de Villa Soldati. La iniciativa nació a partir de dos jóvenes, interesados en participar en el campeonato infantil Evita.
Su primera cancha estuvo ubicada en Lacarra y Corrales. Comenzando como un club amateur, en 1954 consiguió la afiliación a la Asociación del Fútbol Argentino. Su principal logro fue llegar en 2021 a la Primera Nacional. Dos importantes jugadores del Estudiantes de La Plata campeón del mundo en 1968, el entrerriano Eduardo Manera y el arquero Alberto Poletti pasaron por sus filas.
En este caso, la literatura y el cine después, fueron el germen para la concreción de un club de barrio que, basado en una proeza ideada por un periodista, se hizo realidad.