domingo , 22 diciembre 2024
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Un teatro para un mundo mejor

Fotos: Juliana Faggi
Fotos: Juliana Faggi.
El paranaense Walter Arosteguy es actor, director, dramaturgo, docente y gestor cultural. Integra la agrupación de Teatro del Bardo. Estudió filosofía y este saber lo conectó con el teatro. El camino de la actuación lo llevó a integrarse a la agrupación de Teatro del Bardo, que está cumpliendo 25 años.

Walter “Negro” Arosteguy es un actor reconocido de la ciudad de Paraná. De niño pasaba horas frente al televisor, disfrutando del cine argentino, de las actuaciones de grandes como Luis Sandrini y José Marrone. Comenzó teatro en la juventud, mientras estudiaba Licenciatura en Filosofía. Comenzó la formación artística con Jorge Fillastre y Judith Diment en el Juan L- Ortíz, y no se apartó más de la actividad. Actualmente, integra la agrupación de Teatro del Bardo. Aseguró a BIEN! que “a diferencia de la filosofía, el teatro me proponía la acción directa, poner algunas ideas en funcionamiento a través del cuerpo y eso me entusiasmó”.

—¿Qué recordás de tu infancia y de la adolescencia en relación a la actuación?

—Desde que tengo uso de memoria, desde los tres o cuatro años hasta los veintitrés, yo estuve sentado delante de un televisor. Cuando era adolescente, horas y horas encerrado en mi pieza mirando TV. Miraba de todo, muchas películas viejas, argentinas.

—¿Te imaginabas actuando?

—No sé si me imaginaba actuando, me gustaba lo que veía y me gustaba lo que hacían. Amo a Luis Sandrini, para mí es de lo mejor que ha tenido la escena argentina. Es un tipo de una versatilidad increíble. y una facilidad para las cosas. Y bueno, yo no me comparo ni nada, pero me gusta pensarme como dentro de esa escuela de actores populares, como Luis Sandrini, Pepe Marrone, Olmedo. Son actores con los que siento que la intuición los guía, más allá de la técnica. Son grandes actores, son viscerales, tienen un código propio, que no podríamos encontrar en otro lugar porque son muy sui generis.

En ese sentido, yo estoy re lejos de esos nombres, pero siento que cuando los veo actuar, encuentro cosas que se las quiero robar. Me encanta ir por ese camino que muestran estos grandes actores. Por ejemplo, Julio Chávez, Ricardo Darín y Rodrigo de la Serna son actores zarpados, pero siento que ellos tienen una técnica diferente, un saber; que no digo que los otros no lo tengan, pero es como algo más natural.

—¿Cómo continuó tu camino al terminar la escuela secundaria?

—Empecé el profesorado de Historia, pero duré poco porque me peleé con la responsable de la carrera. Ella insistía con que la reina de España había tenido un gran gesto altruista antes de morirse, al pedir perdón por todas las atrocidades ocurridas en América; y yo sostenía que de poco servía ese gesto.

Después de eso me fui a estudiar tecnicatura en Marketing y estuve tres años en esta carrera. Me quedaron algunas materias colgadas, porque fue abandonada.

—¿Y qué pasó después?, ¿cuándo comienza la formación teatral?

—Me pasé a licenciatura en Filosofía en la Uader, y en la misma época, del 2001 al 2003, que cursé la carrera y arranqué a hacer talleres de teatro con Jorge Fillastre y con Judit Diment. En mi primer año de acercamiento al teatro iba dos veces por semana cuatro horas al Juan L. Encontré que los textos teatrales hablaban de lo mismo que estaba estudiando en la licenciatura. Pero a diferencia de la filosofía, el teatro me proponía algo que me gustaba mucho, que era la acción directa, poner el cuerpo. Así fue que abandoné la filosofía y me dediqué de lleno al teatro. Si bien, en la filosofía el pensamiento es también una acción física, es más de corte intelectual; y el teatro me proponía poner algunas ideas en funcionamiento a través del cuerpo. Y eso me terminó de convencer. Siempre me gustó la correspondencia muy fuerte entre la filosofía y el teatro.

—¿Pensabas en dedicarte exclusivamente al teatro?

—Creo que todavía no pensaba en dedicarme al teatro, pero sí, me encantaba. Era joven, tenía veintitrés años, era andaba buscando cosas. En esos tiempos también empecé a leer muchos textos anarquistas. Me considero filo anarquista. Entonces, la filosofía y el anarquismo juntos o por separado, respondían un montón de cosas, de ideas, sensaciones, sueños que había tenido a lo largo de mi corta vida.

La aparición del teatro en mi vida vino a reunir la acción directa, la posibilidad de hacer algo, de poder comunicarlo y del encuentro con otras personas. Y ponerle el cuerpo a esas ideas, el teatro reunía la palabra escrita y el cuerpo.

En ese entonces, trabajaba de cadete en bicicleta, andaba siete horas por día haciendo mandados para otros. Era un joven lumpen, que vivía en lugares horribles porque podía pagar poco. Salía de trabajar, comía unos sanguchitos y me iba a teatro. Pertenecía a un grupo que dirigía Gustavo Morales en La Hendija, y pasábamos muchas horas ensayando. Estábamos saliendo del 2001, era muy pobre, tiempos del club del trueque y de todas esas cosas. Una vida muy dura, con bastante correspondencia con la actualidad.

—¿Cuándo te sumás a Teatro del Bardo?

—En el 2007 tuve la suerte de encontrar a Teatro del Bardo en ese en ese camino, de conocer a Valeria (Folini). Ella fue quien, en definitiva, me puso contra la espada y la pared, me dijo: “¿vos qué querés ser, cadete o actor?”, y la respuesta fue obvia. Así que renuncié a mi trabajo y a partir de ahí empecé a trabajar en Teatro del Bardo. Primero como técnico, haciendo luces y esas cosas, y a fines de 2008 estrené el primer espectáculo.

—¿Cuál fue esa primera obra?

—Estrené un espectáculo como director, antes que como actor. Se llamaba “Gualicho de olvidar”, era un proyecto de la Escuela Itinerante de Teatro que organizó el Instituto Nacional del Teatro. En esa escuela, en el segundo año de ese proyecto, uno tenía que tomar el rol de dirigir o de actuar. Se me ocurrió dirigir, porque ya Jorge Fillastre había apostado en ese sentido en mi persona porque el primer año que asistí con él solo actué y estrenamos un fragmentito de una obra de Calígula, y el segundo año ya me puso como su asistente de dirección, así que supongo que él algo vio. Así fue que estrené este espectáculo con Gisela Orcellet, de Villa Elisa, un unipersonal, mi primera experiencia de dirección.

—¿Cuándo se da el debut actoral?

—Al año siguiente, en 2009, en un espectáculo de Teatro del Bardo, que se llamaba Bardo Criollo, con el que estuvimos dando vueltas, haciendo giras. Y a partir de ahí, la actuación no me abandonó más, por suerte.

El otro día, hablando con Vale, —su esposa y compañera en Teatro del Bardo—, me di cuenta que he dirigido más espectáculos de los que he actuado, cosa que me puso en alerta porque yo me defino como actor primero, y luego como director, iluminador, gestor, todas esas otros roles que uno en esta profesión autogestiva independiente tiene que cubrir. Básicamente, soy actor pero haciendo un resumen de mi currículum, me di cuenta que dirigí muchos espectáculos más de los que actué.

—¿En qué rol te sentís más a gusto?

—Me dediqué a la dirección para poder trabajar sobre mi ser actor, para ver cómo otras personas resolvían aquello que yo pensaba en escena. Y a partir de ahí, robar cosas, viendo cómo resolvían las ecuaciones que había planteado, los problemas en escena porque uno cuando actúa tiene la suerte de sólo, que no es poca cosa, ocuparse de la escena. En cambio, cuando uno es director tiene que ver que eso funcione, se tiene que ocupar del vestuario, las luces, los textos y hacer que todas esas diferentes cuestiones técnicas se resuelvan de la mejor manera.

A mí me encanta actuar, es una necesidad fisiológica porque cuando no actúo, me pongo malo, me angustio, me pasan cosas, y después de hacer una función el mundo cobra otro color. Entonces, actuar es lo que más me gusta en la vida, pero dirigir me es muy placentero porque tengo muchas ideas en mi cabeza que son de otra época. Yo aprendí a actuar haciendo funciones en los patios de las escuelas. Entonces, la conexión con los espectadores, con el entorno, construyó mi ser actor de una manera que me encanta. Seguramente, mi trayectoria hubiese sido muy diferente si yo hubiese sido un actor de salas de teatro. Todo eso como la experiencia, va marcando un camino. Haber aprendido a actuar haciendo funciones, que fue lo que me pasó con Teatro del Bardo, y con Valeria, mi maestra, fue grandioso. Además, tuve la suerte de aprender a actuar con “5438, un policial bien argentino”, con Gabriela (Trevisani), que también es otra maestra. Todo eso me constituyó como actor, porque la práctica así lo impuso y así aprendí a hacer teatro.

La relación con el público

—¿Cómo construye Teatro del Bardo la relación que mantiene con el público adolescente, que concurre a las escuelas secundarias?

—Los adolescentes que van a las escuelas son nuestro público, nuestro espectador modelo. Nuestras obras las pensamos para ese público, y después van a los festivales y a diferentes lugares. Pero nuestro espectador modelo es ese adolescente, que muchas veces va sin ganas. Son partidos a los que nosotros vamos perdiendo, de entrada, uno a cero. La forma de hacer teatro que tenemos, deviene de la práctica. En eso somos bien marxistas, vamos de la teoría a la práctica y al revés, es una conversación continua. No sólo los espectáculos y su desarrollo, sino la construcción de los espectáculos va de la escena a la mesa, de la mesa a la escena.

—¿Qué balance hacés de tu recorrido?

—Siempre es positivo porque hace veintiún años que hago esto, trabajo de esto, paro la olla y he criado a mi hija que está en la universidad con este proyecto. Así que siempre es bueno, y la escena, el teatro, me resolvió un montón de problemas que la filosofía no me pudo resolver, que es cómo construir un mundo mejor. No tengo pretensiones universales, no hace mucho que renuncié a cambiar el mundo; pero sí, a cambiar el mundo que yo habito, el entorno, mi familia, la grupalidad, mis amigos, lo relacional, que es todo mi mundo.

En definitiva, como dicen los zapatistas, la idea es construir un mundo donde quepan muchos mundos, y el teatro me resolvió eso. Además me cambió la vida, era un lumpen que vivía en sucuchos. Y pasé a tener una profesión y la posibilidad de mostrar que se puede vivir del arte, que es difícil pero que no es mucho más difícil que otras profesiones independientes y autogestivas. Esta profesión donde se pone el alma y el cuerpo, es lo que es lo que más amo en esta vida, junto a los compañeros y las compañeras talentosas con las que trabajo, eso es zarpado.

Acercarse al teatro

Para finalizar, Arosteguy dio las razones por las que es beneficioso acercarse al teatro. “Porque el teatro, como cualquier arte, nos da la posibilidad de vivir otras vidas, de abrir un poco la cabeza y, si se puede, el corazón para pensarse en otras circunstancias. Y a partir de ahí, si uno tiene suerte, poder entender más cosas de esta vida, ser más empático, más amable. Y conversar con otro mundo que no es este mundo, en esa conversación y en la aparición de estas ficciones, de nuevos mundos y vidas que uno tiene la suerte de jugar, poder repensarse. Esto abre la cabeza, como viajar que permite ver otras realidades y otras formas de relacionarse”. Y agregó: “Hacer teatro es como ver una buena peli, leer un lindo libro, como irse al río y mirarlo pasar”.

—¿Se dificulta hacer teatro en estos tiempos?

—Se dificulta hacer teatro siempre. Lo que se está dificultando hoy es vivir con tanta bronca atragantada y tanta cosa alrededor. Hoy, como en 2001, hay mucha tristeza, bronca, desilusión, frustración en la calle, y eso los cuerpos lo chupan. Uno tiene que ser consciente de que estamos todos en la misma. A mí me pasa que me enojo mucho, me frustro, pero hago una función y salgo a la vida encarándola de otra manera. El teatro es un cúmulo de soluciones para los problemas de la vida, y ponerle el cuerpo es animarse a buscar soluciones reales. En el encuentro con el teatro, en la práctica o sólo siendo espectadores, ahí hay respuestas.

El teatro tiene la utopía como norte, pero no la idea de que la utopía es irrealizable, sino de la utopía que es posible. Y si uno le pone el cuerpo, viene acá a la Escuela a hacer con nosotros o va a otro lugar a hacer con otres, da el primer paso que es siempre el más difícil.

Hacer teatro es como ver una buena peli, leer un lindo libro, como irse al río y mirarlo pasar

Proyectos

Walter Arosteguy compartió con BIEN! que se viene un unipersonal. “Con mucho temor estoy trabajando en mi unipersonal, que hace veinte años vengo postergando porque es muy difícil trabajar solo. Hemos elegido un texto de Liliana Bodog, ‘El rastro de la canela’, una historia en tiempos de la Revolución de 1810, pero más centrado en las vivencias de las personas comunes de ese hecho, de ese hito histórico en nuestro país”.

Breve bio

Walter Arosteguy nació el 29 de octubre de 1979, en Paraná. Es hijo de Teresa y de Carlos Arosteguy. Es el segundo de cinco hermanos. Está casado con Valeria Folini. “Nos casamos el 12 de diciembre de 2012, que era el día según lo que mal habían interpretado, el fin del mundo de los mayas”, rememoró. Comparte la paternidad de Julia.

Cursó la escuela primaria en la Escuela Enrique Berduc, en el complejo Eva Perón en la escuela Hogar; y la escuela secundaria en Comercio N° 1. Es Licenciado en Teatro, egresado de la Universidad Nacional del Litoral.

Es actor, director, dramaturgo, docente y gestor cultural. Integra la Agrupación Civil Teatro del Bardo. Ha dirigido y ha presentado obras en escenarios locales, de la región y de otros país, como viene de hacerlo el mes pasado en Colombia, junto a Valeria Folini en “Antígona, la necia”.

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