domingo , 30 junio 2024
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Un viento devastador que con amenaza llevarlo todo

Los vínculos familiares, en el corazón de El viento que arrasa.

La película El viento que arrasa consigue conmover en función de los vínculos filiales, la búsqueda del ejercicio de la libertad personal, la necesidad de afectos, el choque ideológico y moral y la interacción entre una naturaleza tormentosa y el interior de las personas con conflictos latentes. Basada en una novela de Selva Almada, el filme logra transmitirlos climas del libro.

Los vínculos familiares conforman un lazo que, muchas veces, condicionan y determinan temperamentos y destinos. Desafiar, cuestionar y oponerse es, en principio, una naturaleza que se evidencia, con frecuencia, en la adolescencia y marca comportamientos y decisiones.

“El viento que arrasa” es una película de Paula Hernández, con guion de la directora y de Leonel D’Agostino. Está basada en el libro homónimo de Selva Almada e incursiona en la relación entre padre e hija adolescente y sus connotaciones.

La autora, oriunda de de Villa Elisa, había publicado el libro en 2012 iniciando una trilogía de historias de varones que completó al año siguiente con Ladrilleros y, finalmente, con No es un río, en 2020. Éste último libro fue finalista del Premio Booker Internacional, importante galardón que desde 2005 premia a libros publicados en inglés, independientemente de la nacionalidad de los autores. En ediciones anteriores lo obtuvieron, entre otros, Philip Roth, Lydia Davis y las Premio Nobel de Literatura Alice Munro -recientemente fallecida- y Olga Tokarczuk.

La novela El viento que arrasa fue llamada “novela del año” por la Revista Ñ el mismo año de su publicación y obtuvo el First Book Award de Edimburgo (premio votado por lectores) en su traducción al inglés. El jurado al entregarle el premio calificó a la novela como “un libro exquisitamente diseñado” que proporciona “una experiencia profunda, poética y tangible del paisaje”. Por otra parte, todos los libros de Selva Almada tienen una prosa muy apropiada para la transcripción a la pantalla grande.

Vinculado con la historia de El viento que arrasa, Almada ha dicho en una entrevista que inicialmente pensó en la relación entre un padre y una hija y que la profesión del padre con sus connotaciones morales la incorporó con posterioridad. El hecho que sea un pastor evangelista que va recorriendo los caminos polvorientos, calurosos y, en cierta medida, desamparados, que en el libro son del noreste argentino, le suma características propias al comportamiento que, en esa relación, se ve condicionada la hija.

Atmósferas

La película El viento que arrasa mantiene en todo momento un ambiente denso, pesado, expectante. Se sostiene una sensación duradera que en cualquier momento se desencadenará algo trágico. Las escenas son de una sensorialidad descriptiva como afirmó Beatriz Sarlo. La inminencia de la tormenta, que anuncia el viento, le suma expectativa a una trama en la cual, el padre, Pearson, interpretado notablemente por el actor chileno Alfredo Castro, mantiene una postura de sometimiento tácito respecto a su hija, Leni (Almudena González), quien actúa como una compañía fiel, en cierta manera, colaborativa a la misión evangelizadora de su padre.

Al inicio, en un marco que supone aparentemente una relación armónica, padre e hija se trasladan en un desvencijado auto por caminos sin un punto de referencia concreta, sin recalar con permanencia en ningún pueblo en función de la forma en que Pearson procura desarrollar su tarea. La lleva a cabo, imbuido de un fanatismo que no trepida en manipular todos los recursos para convencer al interlocutor.

Incluso, el personaje despliega un carisma extravagante potenciado por la autoestima que obviamente, resulta en algunas situaciones una exteriorización que podría entenderse como una postura interesada. Por ello, es visible que la condolencia y clemencia que revela en sus actos tiene mucho de petulancia oculta. La directora del filme, en un diálogo con Roger Koza en la revista Ñ, lo define con precisión. “Es un fanático, un manipulador, abusivo y puede arrastrar hasta con su propia familia”.

En el desarrollo de la trama, que mantiene un clima denso y pesado en el cual los personajes evolucionan, se va desnudando una confrontación larvada entre el pastor y su hija. Se produce una transformación de Leni, en manifestaciones físicas con una búsqueda por parte de ésta de experimentar otras sensaciones y otros desafíos, con fantasías para escapar de una realidad que, sin exteriorizarlo, no la conforma.

Cristales

En medio de días de un calor sofocante y en un raid en el cual el padre parece no tener prisa, por un desperfecto deben detenerse en un pequeño pueblo, recalando en el taller mecánico del Gringo (el actor barcelonés Sergi López) que vive con su hijo Tapioca (Joaquín Acebo).

El encuentro entre Pearson y Leni con el Gringo y Tapioca, muestra una situación espejo, dado que el rudo, solitario y hermético mecánico ejerce igualmente una dominación manifiesta respecto a su hijo y asistente, flojo de carácter, en otra expresión de poderosos sobre débiles.

La situación reflejada se revela, además, en la ausencia de madres. La madre de Leni abandonó al pastor y esa situación genera un resentimiento permanente por parte de éste que, a su vez no deja pasar oportunidad para reiterárselo a su hija. La madre de Tapioca, también, lo ha dejado a éste al cuidado de su padre.

A partir de ese encuentro, en medio de una agobiante espera, se desenvuelve una disputa para manipular al joven. El pastor utiliza toda su estrategia discursiva aprovechando una situación conflictiva entre el Gringo y Tapioca que desemboca en la escena más dramática de la película, cuando la tormenta que se percibía próxima, se desarrolla en su expresión más violenta y descarnada, “llevándose” también en su vorágine, a los personajes, quiénes a partir de ese momento, no serán los mismos.

Paula Hernández logra una notable transcripción de la novela que, incluso contó con el beneplácito de Selva Almada. La fotografía de Iván Gierasinchuk, el sonido de Catriel Vildosola y la música de Luciano Supervielle (quien en su momento formó parte de Bajofondo, con Gustavo Santaolalla) son fundamentales para el ritmo y el ambiente de la película. La filmación se llevó a cabo en la República Oriental del Uruguay por razones de producción y considerando que los escenarios naturales son similares a los de la novela.

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