domingo , 22 diciembre 2024
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Leopoldo Lugones y la relación entre intelectuales y el poder en Argentina

Muchos autores han escrito sobre Lugones. Repasar su historia es rever la difícil relación entre intelectuales, poder político y sociedad en  Argentina, como lo hace Cristina Mucci en su libro.
Escrito por Cristina Mucci y editado por Penguin Random House, Lugones-Los intelectuales y el poder en la Argentina, es un trabajo notable sobre un personaje tan admirado como repudiado. Precisamente es en homenaje a Lepoldo Lugones que cada 13 de Junio en La Argentina se celebra el Día del Escritor.

El Día del escritor en la Argentina se celebra todos los 13 de junio, en honor al nacimiento de Leopoldo Lugones (1874-1938), que lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX. Ahora, un nuevo libro aborda la vida del célebre escritor que tuvo un final trágico.


Penguin Random House acaba de lanzar Lugones-Los intelectuales y el poder en la Argentina, de Cristina Mucci, que se centra en la vida y el pensamiento de este escritor, que fue reconocido por sus aportes a la literatura moderna y también repudiado por su adhesión a los autoritarismos.


En su vida política, que se inició en el socialismo y pegó varios giros hasta su apoyo en 1930 al primer golpe de Estado del país, buscó incidir y participar en el poder. La biografía del poeta es en este libro el punto de partida para contar la relación entre los intelectuales y la vida política en la historia argentina.


Mucci cuenta ese recorrido hasta llegar a los hechos y los protagonistas que conoce de primera mano por su trayectoria como periodista cultural.


Lugones, señala Mucci “trabajó siempre desde un lugar singular: el del artista que desarrolla su obra y paralelamente aspira a convertirse en el ideólogo de su tiempo, ocupando un lugar de cercanía al poder.”

RELACIÓN COMPLEJA

La periodista plantea que la relación entre escritores y política nunca fue sencilla, y “abundan los ejemplos”. Salvando las distancias, “hubo otra escritora que cumplió con un recorrido similar al de Leopoldo Lugones. Marta Lynch desarrolló, paralelamente a su carrera literaria -de fuerte contenido político, con títulos como La alfombra roja y La señora Ordóñez-, un pretendido rol en la política activa que, sin embargo, nunca logró alcanzar. De tradición antiperonista, comenzó apoyando la candidatura presidencial de Arturo Frondizi, de quien se distanció prontamente al no obtener el protagonismo al que aspiraba. Luego se declaró partidaria de la revolución cubana, el grupo Montoneros, el peronismo revolucionario y el gobierno de Héctor J. Cámpora, donde tampoco encontró un lugar”.


En 1976 la Lynch consideró que los militares “nos traerían un orden necesario” y terminó relacionándose con unos de los personajes más nefastos de la dictadura, el almirante Emilio Eduardo Massera, quien sin embargo al poco tiempo comenzó a evitarla. “Finalmente, con la recuperación de la democracia, intentó integrarse a los sectores que rodeaban al presidente Raúl Alfonsín, pero su cercanía al gobierno de facto impidió que le dieran un espacio. Pese a que unos meses antes había presentado su último libro con gran éxito, se suicidó de un tiro en la cabeza en octubre de 1985, después de algunos desengaños amorosos, y fundamentalmente —al igual que el poeta— en medio de una enorme sensación de frustración personal.”

CAMBIOS DE RUMBO

En su trabajo, Mucci señala que Lugones también asumió el riesgo de sus cambios ideológicos, a tono con las tendencias de la época. En sus comienzos como socialista, fue aclamado en mítines partidarios en la plaza Herrera de Barracas y fundó el periódico La Montaña, junto a José Ingenieros y Roberto Payró. Luego conoció a Julio Argentino Roca y se entusiasmó con el proyecto de la generación del ochenta, con el que colaboró desde distintos cargos. Finalmente, terminó apelando al militarismo y convirtiéndose en el ideólogo de la revolución de 1930, que iniciaría la serie de golpes de Estado que sufrió el país hasta 1983.


Sin embargo, el gobierno de José Félix Uriburu jamás lo convocó. Y con la asunción de Agustín P. Justo -quien arrojó sus innumerables proyectos al cesto de papeles- perdió definitivamente la esperanza de asumir el rol para el que se consideraba destinado. Tal vez haya aspirado a un lugar imposible en la Argentina, donde salvo en la época de la organización del Estado, los intelectuales jamás han tenido una verdadera incidencia en el poder real.

CAMINO AGOTADO

Según la ensayista María Pía López, “con el suicidio de Lugones se agotó un modo de ser del escritor argentino, aquel que desde los próceres de Mayo aunaba de modo indisoluble la literatura y la política”.


Efectivamente, el país cultivó desde sus orígenes elites intelectuales destinadas a la organización del Estado, y aún entre enormes contradicciones, Mariano Moreno, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo y tantos otros soñaron un país. Más adelante, los miembros más relevantes de la generación del 37 no solo sentaron las bases de la República, sino que fueron los autores de las primeras obras clásicas de la literatura argentina: El matadero y La cautiva, de Esteban Echeverría; Recuerdos de provincia y Facundo, de Sarmiento; Amalia, de José Mármol; El gigante Amapolas, de Juan Bautista Alberdi. Se reunían en el Salón Literario de Marcos Sastre, reivindicaban las ideas de la Revolución de Mayo, y se diferenciaban de la tradición española adoptando como doctrina estética el romanticismo francés e inglés. Como apunta el escritor Mempo Giardinelli, “en ese momento se dio la situación excepcional y única de que nuestros estadistas fueran hombres de letras, y los fundadores de nuestra literatura fueran estadistas”.


Luego el rol de los escritores se tornaría más modesto y más confuso, acorde a las épocas que les tocaría transitar. Aunque la llamada generación del ochenta tuvo una fuerte vocación pública, ya se había conformado la Argentina mo­derna y habían dejado de confundirse los roles del político y del intelectual. A partir del siglo XX, ya no solo no se repetirían casos como el de Sarmiento: tal como demostró el fracaso de Lugones, los escritores ni siquiera serían es­cuchados. Y aunque sus intervenciones públicas en muchos casos no fueron felices, lo cierto es que el país se extravió más fácilmente al desdeñar el trabajo intelectual y dejar de concebir la cultura como prioridad.

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