Todos somos extraños es una película arriesgada y fascinante sobre los traumas de la infancia y el pavor ante la soledad. El largometraje del británico Andrew Haigh, basado en la novela de Taichi Yamada, cuenta con una actuación consagratoria de Andrew Scott.
Gustavo Labriola
Especial para EL DIARIO
La soledad es una de los estados de ánimo en que se desenvuelve, a menudo, la vida contemporánea. Mantenerse en esa situación, muchas veces, es producto de una decisión personal y otras tanto, consecuencia de circunstancias ajenas a la voluntad propia.
En Todos somos extraños (2023), película del inglés Andrew Haigh; Adam (Andrew Scott) es un guionista que infructuosamente intenta vencer la dificultad de la hoja en blanco. Reside en un departamento de un moderno edificio, recientemente inaugurado, que se encuentra, fantasmalmente deshabitado, en el barrio Stratford, del municipio de Newhan, en el conurbano de Londres. Excepto porque en otro departamento vive Harry (Paul Mescal, de notable labor en Aftersun), un joven con el que establece primero un fugaz encuentro y, luego, una relación amorosa, que se va desarrollando más intensa y profunda en el tiempo.
Los dos, en fin, comparten una forma de vida similar. Son solitarios, vulnerables, taciturnos, y ligeramente tristes. La atracción erótica por hombres, se presenta más elocuentemente en Harry, que confiesa haber mantenido otras relaciones previas. Adam, en cambio, se reconoce distinto, marginado, incomprendido y en cuanto al sexo, se manifiesta más reprimido y sin experiencias anteriores.
La película es una sensible y melancólica aproximación a la soledad urbana contemporánea y a la determinación de arriesgar en una relación con sus complejidades en las relaciones amorosas, cuando el amor permite una conexión que implica manifestar los sentimientos y reconocerse necesitado de afecto. Implica también una reflexión profunda sobre la esencia de la condición humana.
Las pérdidas
Pero también, en particular, es la exploración del pasado de Adam, su imposibilidad de asumir lo irremediable y la incapacidad para transitar el duelo. Los padres de Adam (Jamie Bell y Claire Fox, de reconocida actuación en The Crown) han fallecido hace treinta años y él no ha conseguido superar tal situación.
De forma tal que, frecuentemente, recurre a los efectos personales que lo reconducen a su infancia y que guarda en una caja debajo de su cama y en ocasiones, toma el tren hasta el paraje suburbano de Sanderstead en el South Croydon, al sur de Londres, hasta la casa familiar en la que vivía junto a sus padres. En esas visitas, en su mente, mantiene diálogos con ellos, a los que se los representa con la edad que tenían al momento de su muerte, lo que configura un aditamento surrealista a la ya intensa historia.
Esos encuentros imaginarios dan cuenta de una relación afectiva muy profunda, potente, necesaria para Adam. Le permite, también, transitar sus viejas experiencias, heridas, dolores y exteriorizar su opción sexual, ante la imaginable reacción, acorde a las tradicionales consideraciones sociales conservadoras.
El director utiliza planos muy generales de una Londres vista desde los ventanales del departamento de Adam y la contemplación sombría y de a ratos, en penumbras, compone una sintonía entre la soledad, en el encierro en que transcurre sus días el protagonista y las calles, a veces vacías y otras veces, con el caminar de seres que van o retornan de sus trabajos, sin advertir la presencia del otro.
Haigh elaboró el guion, adaptando la novela Desconocidos, de Taichi Yamada, que fuera llevada al cine con ese título, en 1988 por Nobuhiko Obayashi. Sin embargo, en Todos somos extraños, el director modifica la historia de la novela, dado que en ésta se trataba de un amor heterosexual, e incluso la relación entre el hombre maduro recién divorciado y la joven con la que se vincula, transita otras variantes.
Variantes
Esa particular adaptación le permite al director, que ha expresado haber intentado poner el acento en la realidad emocional de los protagonistas, abordar un entramado de temas que tienen su raíz en la soledad, pero a partir de ello, la sensación de extraño a que alude el título indaga sobre la identidad personal y, en este caso, la exploración de la homosexualidad o queer, en función de no integrarse a las reglas establecidas de género o sexualidad.
Pero también, la necesidad de una otredad más reconocida condiciona todas las acciones de estos seres que deben convivir con traumas infantiles y la necesidad de la relación con los padres. Claramente visible en el conflicto que Adam mantiene con la muerte de ellos y, como se ha dicho, la falta de aceptación y superación del duelo.
Haigh consigue una película de una fineza, prolijidad y tensión dramática singular. Ayuda a la sistematización de los climas la banda de sonido de Emilie Levienaise-Farrouch, integrada en su mayor parte por Pet Shop Boys, Frankie Goes to Hollywood, Erasure y The Housemartins, sumado a una fotografía de Jamie Ramsay, sutil y delicada que incursiona, también, en imágenes oníricas.
Todos somos extraños ha obtenido el reconocimiento de la National Board of Review como una de las diez mejores películas independientes del año, además de premios de los críticos de Los Ángeles y Londres, y una nominación para Andrew Scott, como Mejor Actor en los Golden Globe.
El director, nacido en Harrogate, en Yorkshire del Norte, Inglaterra, es el mismo que filmó Weekend (2011) y 45 años (2015), con Charlotte Rampling, cuya labor fue premiada en el Festival de Berlín y estuvo nominada al Oscar como Mejor actriz y Tom Courtenay, respecto a una pareja casada que al momento que cumplen su aniversario de 45 años, la esposa descubre una situación del pasado, que pudo haber cambiado el curso de sus vidas.