La reconocida fotógrafa Sara Facio fue una mujer que se hizo respetar. A la intuición natural le agregó la constitución de una red de referencias lúcidas y sensibles, que ayudaron a pulir su inteligencia original.
Acaba de morir Sara Facio, fotógrafa, curadora, periodista y editora murió. Las efemérides registraron la fecha ya del martes 18 de junio de 2024, en sus estrictos archivos. Desde el año que viene, será apenas un renglón más en la enumeración de sucesos considerados destacados.
Sin embargo, Facio fue una de las grandes exponentes de la cultura argentina. Sus obras se encuentran en algunos de los museos más importantes del mundo, como el Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York.
Por sobre todas las cosas, fue una mujer abrepuertas, esas que con su tesón y capacidad le demuestran al mundo que otras como ella pueden ocupar lugares igualmente significativos. “Yo iba adelante con los faroles, que me critiquen, que digan lo que se les antoje”, recordaba la indómita feminista. Solía afirmar que lo que más le importaba de una foto es que trasmitiera “un sentimiento estético”.
Con su silenciosa cámara Leica, Sara Facio, retrató a Jorge Luis Borges, Astor Piazzolla, Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Mario Vargas Llosa, Roberto Goyeneche, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik y María Elena Walsh, quien fue su pareja durante décadas.
Había nacido el 18 de abril de 1932, en San Isidro, provincia de Buenos Aires. Siempre hizo lo que quiso. Lo decía con esa mirada concentrada, como si estuviera fotografiando a sus interlocutores también con las pupilas.
Se graduó en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1953. Una beca del gobierno de Francia le permitió viajar a París con su amiga Alicia D’Amico para ver museos, obras y producir un libro de la historia del arte. Cuando volvieron a Buenos Aires, el padre de Alicia, el fotógrafo profesional Luis D’Amico, las incentivó a interiorizarse en el arte de la fotografía.
De la mano de su tutora, Annemarie Heinrich, se sumergió en el fotoperiodismo, disciplina a la que se dedicó durante muchos años. Su primer libro, Buenos Aires, Buenos Aires (1968) lo hizo junto con Heinrich y tenía un texto de Cortázar. En 1976, publicó Humanario, donde desplegó una serie de fotos de institutos psiquiátricos, nuevamente con textos del autor de Rayuela. Es también autora de un libro sobre la historia de su disciplina: La fotografía en la Argentina: desde 1840 a nuestros días.
“El destino tenía otro objetivo para su vocación artística”, escribió Juan Batalla en una entrevista a Facio, publicada en marzo de 2018. Sin dudas, fue una de las exponentes más resonantes de la cultura argentina durante más de 60 años. Gran parte de la producción de la artista integra el patrimonio fotográfico del Museo Nacional de Bellas Artes. Su biblioteca personal fue constituida durante sesenta años, en los que trabó vínculos con artistas e instituciones de todo el mundo, a partir de su actividad como fotógrafa, editora y gestora cultural. Está formada por más de mil volúmenes dedicados a la historia del medio, colecciones especializadas y ensayos fotográficos.
Entrevistada
La vida de Sara Facio está repleta de clicks, pero no solo de los que disparó con su cámara Leica a lo largo de su carrera. De hecho, el encuentro con aquella cámara, que se convertiría en su aliada para siempre, fue una cuestión azarosa.
“Mirá, te digo la verdad, vas a ser el último reportaje que haga. Estoy muy cansada y con muchas emociones”, contó el periodista Javier Ojembarrena Alba en una nota publicada en junio de 2022 por la agencia EFE, en ocasión de la retrospectiva de su obra que se exhibió en el Museo Nacional de Bellas Artes.
“Te aviso que yo debo haber sido una de las primeras personas que compró una cámara digital”, afirmó. “Si vos hubieses trabajado cuando hice mi mayor producción, y supieras lo sacrificado que era ir en un Fiat 600 a llevar un rollo ezeiza (rollos de celulosa), y que hoy día pulso una tecla y la foto está por el mundo entero en un minuto (…) ese aprovechamiento del tiempo y de la técnica me hubiese encantado haberlo vivido. Pero haberlo vivido incluida en eso, trabajando, con toda la vitalidad”, dijo en aquella entrevista.
En la misma nota, contó su particular relación con un icónico retrato de Julio Cortázar. De viaje en Alemania, mientras caminaba se cruzó con la vidriera de una librería donde observó una foto gigante del escritor. El dueño del local no sabía la historia de aquella foto, pero le dijo que estaba allí, destacada, porque “la expresión de Cortázar era una invitación a la lectura”. La foto fue sacada en la sede de la Unesco, en París, y se convirtió en icónica.
“Justamente a partir de eso comenzamos a hacer lo que hoy se llama “ensayo fotográfico”, en ese momento no tenía nombre. Una serie de retratos de escritores, con la idea de que Alicia y yo les tomáramos las fotos, les dábamos una serie de 8, 10, no más, y los escritores escribieran un autorretrato a partir de esas imágenes. El resultado fue un libro, Retratos y autorretratos. Por un lado, cómo lo veíamos nosotras después de haberlo leído. Esos escritores estaban elegidos por nosotras, no nos mandó un diario o una editorial, ni una revista. Los elegimos porque nos gustaban”, contó Sara Facio.
Más allá de su labor profesional persona, Facio trabajó por el reconocimiento de la fotografía como arte y logró, junto con otros colegas, un merecido lugar en museos y galerías, lo mismo que impulsó una mejora en las condiciones laborales de la profesión. Junto a Annemarie Heinrich como se dijo, se introdujo en el fotoperiodismo y allí se destacó especialmente, durante muchos años. Con ayuda del Fondo Nacional de las Artes obtuvo su primera cámara fotográfica profesional.
Facio era una mujer de mirada profunda y reflexiva. Algunas de sus respuestas durante distintas entrevistas periodísticas reflejan esa riqueza. Después de cada sesión que hacía, de cada evento que cubría, después de cada trabajo, si quedaban fotos por sacar en el rollo, se ponía delante de un espejo y se sacaba selfies. “Me daba pena desperdiciarlas”, contó, en referencia a las películas. “Tengo miles de fotos, autorretratos”. Era un juego, porque lo importante era ejercer su oficio frente a la Historia, con mayúsculas, que pasaba delante suyo y que supo capturarla como nadie.
–¿Qué te cautivó de la fotografía, Sara?
–Lo que más me gustó fue lo que para mí es la esencia de la fotografía (como supe más tarde) “captar el instante”, una realidad fugaz, algo que desaparece. Me parece algo muy valioso y absolutamente mágico, por eso le doy tanta importancia al retrato, sobre todo, cuando uno logra captar ese momento en el cual lográs plasmar la esencia de una persona, aquello que es parte de su ser. Siempre consideré fascinante el hecho de poder trascender el simple acto de sacar una foto, algo así como “cazar”. Ahora, lo interesante y significativo sería plantearse qué es lo que sucede después con esas tomas, una vez que pasa ese momento, cuando ya tenés esas imágenes. Preguntarse por ejemplo; ¿qué hacemos con ellas?, ¿las volvemos a ver?, ¿nos interesan realmente?, ¿qué reflejo, o qué quiero reflejar?, aquí radica una gran diferencia y las puertas que se abren nos convierten en fotógrafos. Desde ya que no somos todos fotógrafos por el simple acto de tomar fotografías, sino que lo somos porque queremos transmitir algo como principio de la filosofía básica de la fotografía. En resumen, captar un momento de la realidad que no se va a repetir más”. Partimos de un deseo, luego atravesamos un proceso reflexivo.
Marcas
–¿Alguna vez te dedicaste a analizar tu forma de mirar?
–Sí, básicamente me interesan los sentimientos, que una imagen transmita una determinada sensación y por eso creo que, en la actualidad se sacan tantas fotografías y luego se borran en el acto sin darse tiempo de ver lo que elegimos plasmar en cada momento. Le quita importancia a ese proceso. Creo que falta esa reflexión de tomarse el tiempo de mirar aún más detenidamente esas fotografías y contemplarlas, observar qué nos pasa con ese momento tan singular y también decidir qué haremos con ellas.
Actualmente, el momento social y los nuevos soportes nos sumergen en una velocidad vertiginosa, demasiadas imágenes, que en el acto nos generan adrenalina y emoción, pero luego ya te las olvidaste por completo. Es como ver una película de acción. Hay una mezcla muy grande de gente que quiere expresarse, pero a quienes les falta contenido. Son cosas que llenan espacios, pero no provocan nada en la cultura. Como en la literatura, los verdaderos pensadores son aquellos que te hacen pensar, te hacen discutir, te hacen sentir viva.
–¿Qué es para vos la inteligencia?
– Tengo un respeto y una profunda admiración por la inteligencia. Es lo que realmente más me atrae de una persona. Me doy cuenta de que puede ser una persona analfabeta, pero al hablar con ella cinco minutos en seguida podés percibir como algo se despierta, sus habilidades. Eso nos enseña que existe una inteligencia que se encuentra allí latente, en todo su maravilloso potencial, imagináte si fuera desarrollada. Creo que nace de una inteligencia natural, que viene en los genes ya y no por generación espontánea.
Un don extraordinario del ser humano. Creo que hay varias clases de inteligencia, no solamente hablamos de una persona muy culta, hablo de la inteligencia natural que tenemos y se va desarrollando y alimentando. Aunque haría una salvedad con un dicho español: “Lo que natura non da Salamanca non presta”.
–¿Creés importante generar una especialización dentro de la fotografía?
–Es bueno, ante todo adaptar y elegir la técnica que pueda ser aplicada a muchas especialidades. Lo que me hace crecer en el desarrollo de la mirada es la cultura en general: lo que leo, absorbo y escucho.
Por suerte siempre estuve rodeada de gente mucho más inteligente que yo (risas). Después de todo, sólo das aquello que llevás dentro, no se puede a la inversa. Pero si estás alimentado de “buena savia” me refiero a buenas lecturas, buenos pensamientos, ves pintura, cine, teatro, al final todo ese bagaje cultural se va “amasando” y se convierte en fuente de inspiración y riquezas de nuestro mundo interno, ampliando el imaginario.
Tendencias
–¿Qué opinás de las tecnologías aplicadas a la fotografía digital?
–El soporte ya es lo de menos, lo que importa es el sentido y el carácter de la obra. Si me preguntás en lo personal, me gusta la fotografía directa, pero eso no quita que si veo una composición de 140 fotografías me pueda gustar muchísimo y no podría rechazarlo bajo ningún fundamento. Pienso que lo que puede hacer Marcos López o Andy Goldstein, entre otros, son resultados compositivos que incitan, tienen su valor porque trascienden el soporte o técnica utilizada. Conllevan un contenido. Son resultado de una búsqueda.
–¿Llegaste a sosegarte a lo largo del camino que recorriste?
–No. Me gusta mirar, seleccionar, hacer curaciones, exposiciones, mi pasión está intacta.
–Respecto a ese punto, ¿qué criterios aplicás en tus curaciones?
–La verdad es que viajé muchísimo, desde los 15 años y cuando lo hacía era básicamente para mirar y aprender. Me gusta estar en las ciudades, vivir adentro de los museos para ver cómo están expuestas las obras, los marcos, los epígrafes ¡Todo miro!