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A 50 años de la muerte de Perón

Hoy es 1 de julio. Recuerdo con nitidez actual y la misma desazón en el alma aquella mañana fría del primero de julio de 1974, cuando estando sola con mi hijo en la esperanza y el vientre, escuche que una radio anunciaba la partida física del general Perón.

Sara Liponezky

Especial para EL DIARIO

Fue una sensación de orfandad, de inestabilidad personal y colectiva, era una parte fuerte de nuestra historia que se cortaba de cuajo. Nos paralizo y al mismo tiempo nos enfrentó a la certeza descarnada de que a partir de entonces la continuidad de la lucha dependía solo de nuestras convicciones, sin su liderazgo irrepetible.

El hombre lucido que había transformado la vida de millones de compatriotas y había despertado la potencialidad económica, solidaria, cultural y latinoamericanista de la Argentina abriendo oportunidades y recuperando el camino virtuoso de nuestra mejor tradición histórica, ya no estaría para conducirnos. Los capítulos que siguieron han sido infinitamente descriptos ( en la mayoría de los casos bien) por historiadores, politólogos y militantes comprometidos.

Solo diré que hubo marchas y contramarchas gravitantes en el destino nacional, que hubo una resistencia gloriosa, consecuente e incapaz de defecciones indignas. Hubo simulaciones fraudulentas a la confianza pública bajo la invocación de su nombre. Hubo muerte y abismos que parecen irreconciliables, a pesar de esa manifiesta voluntad del “ultimo Perón” y su llamado a la unidad de los argentinos en una apelación a nuestra identidad como “hermanos”. La misma palabra que usara Evita, cuando anuncio la ley del voto femenino “hermanas mías”. Así hablaban los dos mayores referentes no sectarios del principal y más poderoso Movimiento nacional que tuvo la Patria Grande.

Que lejos parece hoy, en este contexto de disgregación social, de injusticia perversa, de entrega discrecional de nuestro patrimonio, de despojo colectivo, pavorosa recesión y una pobreza intelectual que alarma a partir de su presidente, aquel proceso de esplendor y aquel líder de extraordinaria visión geopolítica, formación filosófica, versación histórica y conocimiento profundo sobre nuestra realidad.

Resulta prácticamente imposible elegir una de sus verdades sin extrañar a otras, pero creo que precisamente hoy hay una que nos nutre y nos reafirma en las esencias que son permanentes, aunque algunas y algunos mientras con sus actos mientras las siguen invocando. Lo expreso en su magistral mensaje al Congreso de Filosofía celebrado en Mendoza en 1949.

“Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por la imposición”.

Vale aquella oración que repetíamos desde nuestra militancia universitaria “Presente, mi General”. Siempre y por su vigencia.

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