Testigo de la destrucción del empleo y la ausencia de medidas sociales para la contención de la emergencia, Ken Loach dedicó su vida a modelar una obra fílmica que refleja su inconformismo social, su crítica a la burguesía y su predilección por mostrar los problemas de las clases trabajadoras. Auténtico retratista social, sus películas son la espina en el zapato para los que sueñan con un capitalismo a ultranza.
En el cine británico tres grandes directores de cine han elaborado una minuciosa composición de la sociedad, el mundo del trabajo, la inmigración y la realidad de las islas británicas desde mitad del siglo pasado hasta ahora.
Son ellos: Mike Leigh, Ken Loach y Stephen Frears. Nacidos al comienzo de la década del ‘40, estos directores han reflejado con la crudeza del análisis crítico la Inglaterra de posguerra, desde la descomposición familiar (Leigh), la crisis económica (Loach) y la situación de las minorías étnicas y sexuales (Frears).
Si bien esos fueron los tópicos que cada uno de ellos privilegió en sus filmes, los unen ciertas particularidades. En efecto, compartir ideología, la raíz de la Britania profunda y extramuros, el hecho de iniciar su carrera en la televisión o usar actores y actrices no tan populares, los iguala en una visión que es transversal en la historia y la sociedad del siglo XX y lo que va del XXI.
El capitalismo es un sistema económico que hoy está instaurado en todos los países del mundo. En algunos con cierta moderación, en otros con toda severidad. No hay lugar donde no haya en ejecución algún nivel o gradualidad de capitalismo. Se fue instalando paulatina pero tenazmente la idea que el individuo tiene en sus manos la posibilidad de elegir, decidir, ejecutar y alcanzar sus propias metas (fundamentalmente en lo económico) en función del mérito personal.
Eso se lo venía instaurando desde la revolución industrial, pero se agudizó y se universalizó a partir del inicio de la década del ‘70 del siglo pasado, con procesos inflacionarios en la mayoría de los países sumado a la retracción de la economía como consecuencia de la crisis del petróleo, haciendo nacer el neoliberalismo, versión mucho más implacable que el liberalismo, al alejar al Estado del mercado y desarmar las relaciones laborales.
A partir de ese momento la dinámica generada por los despidos en el sector privado o ajustes de gastos del Estado, fue asentando la idea del cuentapropista que es su propio jefe y su ascenso social es exclusivamente determinado por el esfuerzo y la energía que le ponga en su gestión.
Inglaterra y Estados Unidos aplicaron a rajatabla esta política (que luego se extendió a todo el mundo), expresada en cierre de empresas, reducción de gastos estatales y decenas de miles de personas desempleadas, buscando infructuosamente volver al mercado laboral y cayendo en muchos casos en emprendimientos autónomos con evidente precariedad.
La vida proyectada
Ken Loach, uno de los tres directores sociales ingleses mencionados y formados en el free cinema, abordó las dramáticas consecuencias de esas inhumanas políticas en varios filmes. Nacido en Nuneaton, el 17 de junio de 1936, Loach es uno de directores preferidos de Cannes.
Desde siempre se ha concentrado en las implicancias del desempleo, en la marginación de las familias golpeadas por esas medidas, en la precarización de los individuos expuestos a valerse por sí solos en un mundo donde la rentabilidad es el único objetivo atendible y la estrategia es aplicar esa frialdad de los resultados que elimina toda contemplación sobre la condición humana.
La crítica ha visto en la obra de Loach algo así como un “grado cero de la escritura cinematográfica o escritura fría”. Para guionar, detrás de cámara y para editar, su estilo es a la vez depurado y sintético, heredero del cine realista de Europa y del cine independiente, caracterizado por su inconformismo social, su crítica a la burguesía y a la sociedad, y su acercamiento a los seres anónimos de ésta, así como por su sentido del humor.
La preocupación narrativa de Ken Loach es denunciar los traumas que provoca en las personas la vida en las ciudades industriales a pesar de los avances tecnológicos. Con sus historias interpela las conciencias contemporáneas. Busca mejorar sustantivamente las condiciones de la clase trabajadora y, para eso, muestra las injusticias que sufren las clases menos favorecidas en la sociedad británica.
Loach ha comunicado que se retira de la dirección. Su último filme es El viejo roble (2023), con una visión más optimista que en sus películas anteriores. El título de la obra alude al único bar de un pueblo en Durham, en el noreste de Inglaterra, con su mina cerrada.
La llegada de unos refugiados sirios hace exteriorizar el racismo. No obstante, la actitud de algunos vecinos que comprenden que son iguales a los recién llegados, que tienen similares problemas, abrigan ciertas esperanzas de una integración posible, planteándose que el optimismo es progresista. “El pueblo que come junto permanece junto”, dice un cartel en el bar.
Lazos de familia (2019), había sido su película anterior. Trata sobre la situación de los repartidores de encomiendas o paquetes contratados como autónomos por las grandes transportadoras y que distribuyen la correspondencia en sus propios vehículos.
El título, en su idioma original, hace referencia a la tarjeta que se deja cuando una visita no puede entregar el envío porque el destinatario no está en el domicilio (Lamentamos no encontrarlo). Loach aborda la sobreexigencia para tener mayores ingresos sacrificando tiempo con la familia, la orfandad a la que se es sometido cuando el contratado necesita alguna contemplación en su trabajo y la precariedad de una labor sin descanso.
La relación familiar se ve desequilibrada cuando por la ausencia de los padres enfocados en sus necesarios quehaceres económicos se provoca el desánimo de los hijos que no ven en su futuro otra realidad que repetir la insatisfacción y la angustia de sus progenitores.
Elegir el lugar
En su película anterior, Yo, Daniel Blake (2016) con la que ganó por segunda vez la Palma de Oro del Festival de Cannes, retrata el drama de un maduro desocupado y enfermo, que debe tramitar en la asistencia pública la posibilidad de su recuperación para poder trabajar (que es su deseo) o caer en la necesidad de percibir la asignación por desempleo.
La mirada del director respecto a la sumatoria de burocracia, maltrato de los empleados del servicio público y la desprotección de las personas de mayor edad es descarnada, sobre todo porque el personaje que debe transitar ese calvario es de una entereza, bonhomía y capacidad de resistencia muy loable.
Es una película conmovedora, de reflexión necesaria; que pone en el tapete la necesidad de revisar los entresijos de la cobertura pública de salud y empleo en una sociedad que mantiene principios de protección, pero se tiñó (y sigue padeciendo) muchos años de una política neoliberal que ha reducido las perspectivas laborales de varias generaciones y ha deshilachado la asistencia social.
A propósito, se ha conocido recientemente el contenido de Loach por Loach, un libro de entrevistas editado por Graham Fuller y publicado por la editorial El Cuenco de Plata. El Cuenco de Plata tiene en su catálogo una interesante colección de libros sobre cine con reportajes y escritos sobre cineastas como Tim Burton, Alfred Hitchcock, Werner Herzog, Krzysztof Kieslowki, David Lynch, Martin Scorsese, Pier Paolo Pasolini, entre otros.
En el libro se repasa los comienzos de Loach en televisión y luego en cine, tanto en documentales como en ficciones desde la década del ‘50 hasta 1998. Adquiere centralidad algunos de sus filmes emblemáticos como Tierra y libertad (1995), sobre la guerra civil española. O Días de esperanza (1975) sobre diez años de la vida obrera inglesa entre 1916 y 1926, con una huelga general que conmocionó a Inglaterra.
Loach siempre se ha manifestado como un intelectual de izquierda con una independencia tal que le ha permitido tener una visión crítica respecto al estalinismo como al propio laborismo inglés, al que lo ha considerado timorato en sus políticas. Durante todo el thatcherismo fue censurado, de forma tal que los distribuidores no exhibían sus películas y debía recurrir a la publicidad para sobrevivir.
Modelado
En sus películas, Loach registra a las víctimas del neoliberalismo: desempleados, trabajadores precarios, madres solteras, adolescentes marginales, inmigrantes, drogadictos y también como en “Agenda secreta” (1990) se encarga también de poner el foco en la represión británica en Irlanda.
Loach es un director que ha signado el cine inglés con una impronta de realismo, crítica y preocupación por la condición humana. Sin embargo, en una respuesta en una entrevista en el libro dice: “a largo plazo, supongo que soy optimista porque la gente siempre se resiste. La razón por la que se hacen películas es sólo para permitir que las personas expresen esto, para compartir este tipo de resiliencia porque es lo que nos hace sonreír. Es lo que nos obliga a levantarnos cada mañana”.
Para hablar de su obra, Loach aceptó ser entrevistado por Karl Hansen, editor de Tribune. “En la actualidad hay muchas menos películas con conciencia política que en cualquier otro momento de su carrera. ¿A qué cree que se debe?”, quiso saber. La respuesta es una panorámica de lo que piensa del cine y del mundo. “Es la ley del mercado”, anticipó, al enunciar que “el libre mercado reduce la competencia. Siempre ha sido así. Las pequeñas empresas son eliminadas por otras más grandes movidas por el comercio y el afán de lucro, en lugar de crear películas con voz propia e individual”.
Luego, prosiguió. “Hollywood y los servicios de streaming trabajan con una fórmula que domina la industria y es responsable de la inmensa mayoría de las películas que se hacen. No tenemos una industria cinematográfica autóctona, salvo en torno a las películas británicas marginales e independientes, pero es muy difícil hacerlas y aún más difícil conseguir presencia en el cine. Y hay tanta gente con talento haciendo películas políticas que se ven sobre todo en festivales de cine”.