La artista cordobesa, nacida en Sacanto, donde reside, estuvo en Paraná para participar en la apertura de Facetas, una muestra en la que expone acuarelas y óleo. Los trabajos pueden apreciarse en la galería GAP 18.
El frío de la mañana se entibía al ingresar a GAP. Y la calidez ambiente se traslada a la charla con Carolina Vivenza, artista visual cordobesa que ha llegado a la capital entrerriana para presentar Facetas, una muestra integrada por medio centenar de trabajos de pequeño y mediano formato.
El CV señala que es arquitecta, con estudios en la UNC. En su trayectoria ha participado en exposiciones colectivas, como una conmemoración a Borges, en 2017; también una muestra sobre Medio Ambiente organizada por la Legislatura porteña; y otra en la Universidad Católica de Córdoba. Asimismo ha mostrado su trabajo en espacios de arte de Carmelo y Punta del Este (Uruguay).
Pero como sucede con las personas que son impulsadas por la actividad creativa al influjo de un impulso genuino e irrefrenable, apelar a la trayectoria no es algo que resulte imprescindible. Alcanza, para mensurar su talento, con observar con calma el medio centenar de trabajos que ha seleccionado para llegar a la capital entrerriana y que expone en Facetas, la propuesta que ha montado en GAP 18 (Alameda de la Federación 355).
No resulta casual entonces que la artista destaque: “No imagino mi vida sin pintar”. Y así debe ser, a juzgar por la vital expresión que ha capturado en las imágenes que comparte esta mujer silenciosa y cordial que se define como una apasionada por el arte y el diseño en todas sus manifestaciones.
Alejada de corrientes centrales vinculadas a modas estéticas, Vivenza es fiel a sí misma. Opta por recluirse en la intensidad que se desata en el taller, donde dialoga frente a sus creaciones. En su trabajo se enfoca en los temas que le apasionan, en una senda que se extiende desde su infancia, en la ruralidad de Sacanto, etapa que moldeó enfoques y ciertas concepciones de vida y el quehacer en el arte que traslada a su experiencia cotidiana.
Es en la niñez, confía, donde se acercó al dibujo y la pintura respondiendo a un llamado interior que se encendió en aquel momento. Y que, a juzgar por su producción, se mantiene desde entonces. Aún cuando se revinculó con la tarea de artista después de pasar por la universidad, ejercer la arquitectura durante años, ser madre de tres hijas. Y vivir diversas experiencias que no lograron acallar el llamado profundo de su vocación por crear.
CAMINOS
Carolina cuenta que ha consolidado su aprendizaje desde 2009 en talleres y participación en seminarios. Pero a ese marco formal lo complementa su inefable intuición, que le permite comprender, por ejemplo, cuándo finalizar un trabajo. Y de qué modo equilibrar luz y sombra, volúmenes, la paleta cromática o resolver la relación entre figura y fondos la estructura de un trabajo.
Su mirada profunda la ha llevado a enfocarse en los retratos, en los que trata de expresar no sólo los rasgos exteriores de quien modela, sino otras dimensiones. Allí conjuga lo interior del tema con su profunda y aguda capacidad para captar al otro.
Formada inicialmente en el camino autodidacta, su trayecto profesional le posibilitó “un buen conocimiento de lo que es la proporción, la forma, la perspectiva”. Por otro lado, trabajar con libertad “es algo que surgió naturalmente, porque es lo que ejercito. En el taller con niños les digo que hay que ser libres, que no se trata de ser estructurados. O sea, que no hay que pensar que si yo hoy no tengo un pincel no voy a poder expresarme; porque tengo los dedos; hay gente que pinta con la boca, con el pie. Entonces, lo más importante no es siempre tener el material correcto, sino encontrar la manera de expresarse. Puedo, por ejemplo, encontrar un pedazo de madera que me sugiere algo y con eso generar una obra de arte.”
En esa zona, yendo hacia aguas más profundas, asegura que el arte puede cambiar la vida de las personas. “Para mí el arte es algo muy sanador.”
ELECCIONES
En su etapa más reciente, la artista se ha centrado en plasmar caballos, eje de la muestra que presenta en Paraná.Y si bien reconoce que trabaja óleo y acrílico, sus nuevas obras han sido realizadas con acuarela, técnica que, admite, “es la que más me gusta”, porque, dice, abre a la posibilidad -que se introduce azarosamente- de crear a partir de aquello no previsto, “del error que siempre da una posibilidad nueva, porque la acuarela uno no la puede controlar. Se provocan ideas nuevas, y el dibujo que uno está haciendo, en alguna parte en vez de cerrarse quede abierto, y eso a la mente la lleva hacia otro lugar”, confió la artista a EL DIARIO.
Es, en la presencia del caballo, “animal noble y amable”, presencia que aprecia y la acompaña desde su infancia, donde esta creadora enfoca actualmente su vitalidad sobre diversos soportes.
El placer que le produce capturar la figura equina se refleja claramente en la delicadeza y armonía de sus acuarelas en las que se impone como valor preferido el azul en toda su gama cromática. El azul, que juega con el amarillo, cuenta también, de su intimidad interior. “Respecto a los colores que utilizo, es una gama bastante estrecha, porque prácticamente estoy usando al azul como sombra y al amarillo como luz. Creo que con eso se puede resumir toda la otra gama de colores, aunque también manejo otros que son de diferentes características”, concluye.
-En el diálogo que mantiene con la obra mientras la realiza ¿cuándo siente que esa conversación ha finalizado y puede pasar a otra?
El fin de una conversación con una pintura es muy difícil de establecer. Muchas veces uno tiene demasiado entusiasmo en pintar y a veces termina siendo redundante. Creo que va pasando con el tiempo. Poco a poco me he dado cuenta de ir sacando cosas y avanzar hacia la simplicidad. Lo importante que creo estar logrando es saber que lo que hay que transmitir es la esencia de lo que uno plasma y traduce en una obra de arte. Y no una reproducción fiel, que para eso, ya lo sabemos desde la fotografía en adelante, hay otras maneras de hacer.
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