Exponente destacado del folclore, Juan Falú emprende su máximo desafío discográfico con la edición de ocho álbumes que ponen al día su obra, entre la raíz y la renovación.
Sergio Arboleya (*)
Como en casa Juan Falú surca las calles de la barriada de Caseros donde, aventura, “se respiran aires provincianos”. Y ante un tímido sol otoñal llega al estudio de César Silva –músico, melómano, técnico de grabación y compinche de mil sesiones– para emprender una nueva jornada de registro de su más ambicioso proyecto discográfico: la realización de ocho álbumes con los que procurará ordenar y poner al día unas 131 obras, de las cuales casi una cuarta parte son inéditas.
Las piezas resultantes se pueden escuchar, al mismo tiempo, como un documento de identidad personal y como un vasto refugio para gozar, entender y aprender acerca de la guitarra, del folclore, de la canción y de la cultura popular. Aunque la sala que lo recibe escaleras arriba le resulta familiar y acogedora, el artista nacido en Tucumán termina de aposentarse cuando desenfunda la viola que cargó en la espalda, abrazándola y haciéndola sonar con una mezcla de cariño, confianza y fascinación.
“Lo primero que me sale al hablar de la guitarra es la expresión ‘compañera’ porque lo fue, lo es y lo será. Y siento que a la vez es un salvavidas en los momentos aciagos, como un modo de compensar dificultades y angustias, períodos sombríos de la historia social o personal. También es una especie de cable a tierra con la tierra de uno, porque a través de ella vienen muchas memorias, muchos recuerdos, muchas transmisiones. Es un instrumento que tiene algo más que música”, explica.
Sobrino del monumental Eduardo Falú, salteño centenario que legó una escuela de excelencia a la guitarra nacional, desde la memoria y el parentesco ya no reniega de aquel lazo ni de algunas diferencias en el seno familiar. Juan confiesa que su búsqueda a la hora de crear no tiene que ver con un trabajo severo, sino que encuentra su sonido “divagando”.
–¿Ese divague siempre se produce desde la guitarra?
–Me encanta el término ‘divagando’, al que conozco porque hay una composición de Eduardo Falú que se llama así y porque eso es lo que hago con la guitarra y así me van saliendo cosas, hasta que les doy la forma de los géneros familiares. Yo necesito tener la guitarra en las manos para poder estar en contacto con la música: con ella me siento protegido. Siendo el semipsicólogo que fui, me acuerdo que a la guitarra la definí como ‘acompañante contra-fóbico’, que es aquel objeto al cual de un modo fantástico uno le transfiere temores, miedos, angustias: un amuleto.
Parentales
–¿Y esa sensación tiene que ver también con la figura de Eduardo?
–Creo que sí, aunque a decir verdad ese vínculo se inicia con mi padre Alfredo, que fue quien me pasó la guitarra cuando yo era un niño que no sabía quién era Eduardo Falú, aunque después tomé conciencia de la presencia de este señor y de sus dones y ahí sí pasó a ser una referencia fundamental.
Pero la guitarra trasciende también el ámbito familiar porque me hizo conocer toda esta tierra, todas sus regiones, sus culturas, mucha gente. Sin duda yo transité la música a través de ella y a través de los encuentros de alto voltaje emocional alrededor del canto y la poesía, antes que desde la disciplina del estudio.
“Transité la música a través de la guitarra y a través de los encuentros de alto voltaje emocional alrededor del canto y la poesía, antes que desde la disciplina del estudio”.
–Sin embargo, en tu música brotada de la raíz de los géneros nativos se aprecian tanto las resonancias brasileñas absorbidas en el destierro como el toque erudito de pulso académico ¿Cómo fueron apareciendo esos otros dos afluentes?
–El exilio en Brasil tiene que ver con esa bisagra en mi vida y también con una instancia para pasar a tomar definiciones y darme cuenta que no iba a ser un buen psicólogo y que podía ser un buen músico. También allí surgió la composición y eso sí marca un camino.
Entre darme cuenta de que podía componer música y la lejanía que sentí en ese periodo, se dio una necesaria reflexión y revisión sobre quién era y por qué estaba donde estaba y cuál era mi fortaleza para sobrellevar situaciones difíciles junto a mi primera esposa, un hijo de un año y otra hija que nació en Brasil. Frente a todo eso, apareció Juan como músico y eso alivió un poco la mochila del apellido.
Escondites
–¿Qué historias se vinculan con este lugar, con el estudio de César Silva?
–Acá en este lugar acumulé grabaciones durante años y de una manera muy desordenada, que ya se estaban transformando en un lastre para César y para mí. Y decidí organizarlas y agruparlas temáticamente, junto a la decisión de incorporar lo nuevo para así dar forma a ocho álbumes, como Para ellas, Con ellas, Asuntos del Tucumán, Asuntos de la Patria, Asuntos de la guitarra y Nanas, nenas, nenes.
Además, incluí 25 temas nuevos instrumentales y también canciones inéditas con textos de poetas de la talla de Teresa Parodi, Néstor Soria, Aníbal Albornoz, Marcela Neme y Rubén Cruz.
Dentro de las grabaciones también hay juntadas con Florencia Bernales, Juan Quintero, Liliana Herrero, Nadia Szachniuk, Rosendo Gruart, Teresa Parodi, Victoria Birchner, Silvia Iriondo y Lucho Hoyos, por citar unos pocos nombres ilustres. También grabé un puñado de clásicos en versiones libres, gemas telúricas donde destacan La cuartelera, Recuerdos del Portezuelo, Milonga del alucinado y Zamba de Lozano.
–En la colección de registros hay uno con siete versiones donde por primera vez tocás la guitarra eléctrica, una Gibson Les Paul. ¿Cómo fue que tomaste esta decisión inédita?
–César primero es músico y después sumó la tecnología de la grabación, pero sobre todo es una persona sensible a la música y toca estas guitarras. Me parece que medio me provocó como para ver qué pasaba si yo tocaba la guitarra eléctrica. Y a mí me encantó. Hice una experiencia en algunos temas, no muchos porque no puedo tocar cómodo porque no uso púa, entonces para mi aquí las cuerdas están muy juntas y muy bajitas en relación al diapasón, por lo cual es difícil meter los dedos. Así que lo que pude hacer fue tocar algunos temas muy sencillos y lentos, pero me encantó la sonoridad: hay en ella algo que agranda la resonancia de los acordes, lo que implica una sensación muy nueva para mí.
–¿Tenías prejuicios con el instrumento?
–No, a mí me encanta, admiro a muchos guitarristas y me encantaría tocar como ellos. Y además creo que la música es música en cualquier instrumento y por supuesto se puede tocar música hermosa o de la otra. Igual yo sé que a lo mejor me van a cuestionar, pero bueno, uno está siempre expuesto y cuando viene del folclore, está siempre atravesando los límites entre la tradición y la renovación en una dialéctica constante.
–¿Qué tan difícil es caminar por ese filo?
–Yo ya aprendí que, si uno lleva las raíces adentro, puede andar esos caminos que concilian el amor a la tradición y a los horizontes de la música.
Espacios
–¿Y cómo te llevás con la frontera entre lo popular y lo académico que también atraviesa tu guitarra?
–En mi caso es probable que exista una mezcla de reconocimiento con crítica a esa desprolijidad, digamos, que existe en mi formación o, por ejemplo, en el hecho de que compongo obras para guitarra, las escribo y después las toco de modo diferente a lo originalmente escrito. Y eso se vive como un factor de desorientación en el mundo más académico.
Pero al margen de lo que suceda conmigo allí, personalmente sé que la guitarra académica permite acceder a unas músicas sublimes y que sus técnicas son indispensables, como también sé que la guitarra popular tiene su estética, su personalidad, su memoria, su encanto.
Me parece que, así como la polarización tradición-modernidad se hizo menos agresiva, ahora también hay más puentes entre las músicas no académicas y académicas, y esa es una buena noticia, aunque todavía hay mucho camino para recorrer. Pienso que inclusive por haber creado experiencias académicas de enseñanza de la música popular hay muchas cuestiones para explorar todavía, para ver si se toma de cada lado lo mejor para generar un aprendizaje.
–Por esa suma de andares, ¿en algún momento te sentís un referente y eso te pesa?
–Estoy medio cansado de la expresión referente. Me parece que acceder a esa condición es algo muy serio y es un verdadero compromiso. Pero como la expresión se usa con cierta facilidad, uno a veces hasta desconfía. Al respecto hay una situación real con un locutor de un festival en una ciudad pequeña, casi un pueblo, que tenía que presentar al crédito local y como siempre los locutores son de florearse y tenía que elogiar al músico del lugar, entonces dijo ‘bueno, ahora presentamos a fulano de tal que es casi un referente’. Y a mí me gustó tanto eso, que voy a responder con esa figura: creo que soy casi un referente.
Proyectos
–Además de encarar tu emprendimiento discográfico más grande en medio siglo de actividad, ¿tenés más planes para este año?
-Sí, estoy preparado para finales de septiembre la 30ª edición del Festival Guitarras del Mundo, que esta vez haremos sin la presencia del Ministerio de Cultura, que ya no es Ministerio, porque junto a la Unión Personal Civil de la Nación hemos tomado la decisión de hacerlo con autonomía del gobierno y, aunque no sabemos bien con qué recursos contaremos, lo vamos a hacer igual.
Y hacia noviembre empiezo en Europa una gira con la cantante española Silvia Pérez Cruz, para presentar en vivo un repertorio conjunto que el año pasado registramos en este mismo estudio y que luego recrearemos también en Argentina.
Así como la polarización tradición-modernidad se hizo menos agresiva, ahora también hay más puentes entre las músicas no académicas y académicas”.
–¿De qué manera dialogan estas músicas que te pueblan con esta Argentina distópica?
–Siento que la música que hago o que hacemos sigue siendo un lenguaje de nuestra cultura, es parte de una batalla que hay que dar y sigue llegando a un sector de la sociedad, tal como lo muestran algunas experiencias muy gratas, como tocar y ver tres generaciones en el público. Y también soy consciente de que es como una resistencia cultural frente a un avasallamiento y a una especie de invasión colonizadora musical.
Por eso justamente seguimos y es imposible no hacerlo con mayor convencimiento de que no se detiene ni la creación ni la vida artística.
Ayer y hoy
–¿Cómo observás la situación actual?
–Pienso que atravesé dos dictaduras y ahora estamos viviendo una tercera que para mí es una dictadura en democracia, lo que es toda una novedad.
–Como alguien ligado a militancias nacionales y populares, ¿qué hipótesis tenés acerca de por qué llegamos a Milei?
–Llegamos acá porque la práctica política estuvo contaminada, estuvo viciada en general, porque se olvidaron dos elementos que son fundamentales para que la política sea transformadora: uno es tener claras y en alto las banderas y el otro la participación y organización popular para defenderlas. Y esos dos elementos se olvidaron, entonces la política generó poder para grupos y no para el pueblo.
(*) Publicación original en Acción.