jueves , 21 noviembre 2024
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El método Vidocq maduró de un lado y otro del delito

La vida de Eugene Vidocq osciló entre contrastes. De ladrón, estafador, escapista y maestro del disfraz, pasó a ser investigador de la policía francesa y director de la Sureté Nationale, la actual Policía Nacional. Su experticia inspiró a escritores de la talla de Victor Hugo, Alexandre Dumas, y el mismísimo Edgar Allan Poe.

Alejo Román Paris
Especial para EL DIARIO

Con una mueca de satisfacción, el comisario general Dubois escuchaba el argumento del hombre recientemente capturado. El criminal que estaba frente a él no era un delincuente común, se trataba de un escapista que había estado varias veces en prisión. El comisario de París tenía ante sí a uno de los criminales más buscados de toda Francia. Era la primera mitad del siglo XIX, y Eugene Françoise Vidocq había forjado una reputación legendaria en el hampa: duelos con florete, mujeres, estafas, falsificaciones y robos. Un camino que supo iniciar con tan solo 13 años, cuando robó la caja chica de la panadería de su padre. Veinte años después había sido inculpado de asesinar a un hombre, por eso había sido llevado ante los ojos del comisario.

El inculpado juraba que no lo había hecho. Sin embargo, aunque él no fuera un delincuente común, su retórica sí coincidía con la de los demás. La gran mayoría de los criminales no se asumía responsable de sus delitos. Pero Vidocq no tenía necesidad de mentir, porque más temprano que tarde siempre se las ingeniaba para escapar de donde fuera que lo encerraran. Lo que ocurrió en esta oportunidad es que la acusación le cayó después de que
él hubiera decidido retirarse del mundo delictivo. Por eso, no quería seguir un destino como fugitivo eterno. Buscaba algo mejor. Su fama lo precedía y su pasado lo perseguía, y de ellos no podía escapar.

Fue entonces que, ante la atenta y satisfecha mirada del comisario Dubois, Vidocq propuso un desafío. Le dijo que cuando se retirara de aquel despacho tal como llegó, esposado y con doble custodia, conseguiría liberarse. Pero le dijo además que, en uso de esa libertad, volvería a presentarse ante sus ojos.

El comisario lo miró incrédulo. Vidocq, que efectivamente se sabía capaz de burlar a los custodios, no buscaba solamente argumentar su inocencia con buena fe. Quería redención. En efecto, ante la sorpresa atónita del comisario, Vidocq volvió en libertad. Le pidió una oportunidad en forma de trato: “información por amnistía”, habría dicho. Nombres, lugares, historias, perfiles, víctimas. Eugene Françoise Vidocq, uno de los criminales más buscados de toda Francia, tenía los medios y los métodos de acceso para sacar su boleto al perdón.

VIDA Y CUENTO

Nacido en Arrás, en la región de Alta Francia, el 24 de julio de 1775, Eugene Françoise Vidocq fue un criminal escapista y espía maestro del disfraz que llegó a convertirse en el primer director de la Sureté Nationale (Seguridad Nacional), uno de los cuerpos de la policía de Francia. Murió el 11 de mayo de 1857.

Mitificado por haber sido fuente de inspiración para escritores de la talla de Edgar Allan Poe, Víctor Hugo, Honoré de Balzac o Alexandre Dumas, Vidocq se encargó de escribir su propia biografía. Este detalle ha dificultado la tarea de historiadores que han buscado separar la paja del trigo, entre lo que el propio autor dijo de sí mismo y lo que realmente fue cierto.

Su leyenda asegura que se lanzó al crimen desde sus jóvenes 13 años, cuando robó en la panadería de su padre y se convirtió en un rufián de fama en la Francia de aquellos años. Falsificó documentos para escapar de prisión por primera vez, algo que después hizo un hábito a base de destreza.

Sin embargo, hay acuerdo general en que Vidocq redefinió el rol del investigador (más tarde denominado “detective” por la agencia Pickerton), en la primera mitad del siglo XIX. Más allá de haber pasado a la posteridad por sentar las bases de la criminalística moderna, proponiendo métodos que todavía son usados, su historia también ha quedado eternizada por la particularidad de haber pasado la mitad de su vida como delincuente. Sin embargo, bien pensado, no parece tan ilógico que un criminal ayude a iluminar el mundo del delito. La frontera del crimen tiene una línea delgada, que Vidocq supo cruzar en busca de amnistía. Tenía la información y conocía los métodos.

EL RASTRO

No solo los escritores referenciados antes, sino también diferentes historias de ficción se han inspirado en el rastro de Vidocq. No casualmente, abundan las referencias a detectives que deben aprender a pensar como delincuentes para poder atraparlos. Mentes maestras como la de Chevalier Auguste Dupin -el personaje creado por Edgar Allan Poe (1809-1849) para engendrar el relato policial-, llevan la literalidad a la metáfora: la frontera del crimen que Vidocq atravesó físicamente buscando el perdón, Dupin la atraviesa imaginariamente cada vez que intenta pensar como un delincuente. Desde la piedra angular que representó la creación de Poe, pasando por Sherlock Holmes, el Padre Brown, Hércules Poirot, o cualquier otro artificio desde Dupin en adelante, todos y cada uno han seguido el rastro de Vidocq.

Su pista en la literatura no solo se sigue a través de la narrativa policial. La huella de Vidocq también ha quedado marcada en otros géneros. Los atributos del criminal e investigador francés que Poe atribuye a un solo hombre, Víctor Hugo (1802-1885) los divide en dos personajes. Es el caso de la novela Los miserables: Jan Valjean, un joven que va preso por robar un pedazo de pan (inspirado en el primer crimen de Vidocq, cuando roba en la panadería de su padre) y Javert, un implacable agente de policía (inspirado en el otro Vidocq). Lo mismo pasa con Edmundo Dantés, en la novela de Alexandre Dumas (1802-1870) llamada El conde de Montecristo, que se inspira en el primer director de la Sureté.

Su modo de enfrentar el delito consistía en tejer una red de informantes que, como él en sus años de delincuente, asumieran distintos personajes con naturalidad, sin que sean descubiertos. Esos infiltrados ponían a circular una información que Vidocq luego seleccionaba para resolver delitos candentes o evitar que se cometan. Dueño de una existencia que parecía sacada de un cuento policial, su legado ha sido tan importante para la ficción como para la criminalística.

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