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Amasar con amor

Sandra Lanzi, desde hace 27 años está presente en cada etapa del proceso de elaboración y venta de la panadería. Fotos: Juliana Faggi.
Sandra Lanzi pertenece a una familia de panaderos, de la cual el 50% heredó la pasión por el oficio de sus abuelos. La entrevistada, quien está a cargo de su propio negocio desde hace 27 años, compartió con Bien! qué implica ser panadera

El deseo de adquirir el pan caliente por la mañana o las facturas en un domingo lluvioso, sólo se satisface debido a que existen estas personas, los panaderos, quienes se encargan de elaborar los productos durante la madrugada para el momento en que lleguen los clientes. Hay oficios y recetas que se transmiten de generación en generación, y este es el caso de Sandra Lanzi, quien heredó el trabajo que comenzaron sus abuelos. 

Crecer en la panadería

Junto a su esposo, desde hace 27 años se hicieron cargo del negocio que perteneció a sus padres, Mario y Ester, y que próximamente quedará en manos de uno de sus hijos. “Tengo hermanos, primos y tíos en el rubro. Nuestros familiares vinieron de Italia, un 50% de los Lanzi somos panaderos, hay como seis negocios en Paraná. Mi abuelo era propietario de La Estrella y mi papá creó Roma. Mis tíos heredaron el oficio y trabajaron juntos, pero papá se apartó y emprendió solo. Fundó la primera panadería a la vista en la ciudad, que estaba en calle Ramírez y Fraternidad, y luego continuó en sociedad con un hermano hasta que se retiró”, explicó Sandra.

La entrevistada afirmó que su vida está atravesada por este oficio desde que tiene memoria y aprendió viendo trabajar a sus padres desde pequeña. “Crecí en el negocio, con mis hermanas jugábamos en los canastos cuando éramos chicas, es la vida del panadero”. Si bien su primer trabajo a los 17 años no fue como panadera y se dedicó a diversos rubros, siempre estuvo vinculada a la panadería por ser la actividad familiar. 

Hace casi tres décadas decidió cambiar su vida y, cuando se enteró de que sus padres iban a retirarse del oficio y alquilar la panadería, se soñó atendiéndola y decidió dedicarse a ser panadera junto con su esposo, Roberto, quien trabajaba en el negocio del gas y debió aprender el nuevo oficio. “Antes de fallecer, mi papá me dijo que había logrado grandes cosas, él siempre estuvo en sociedad y yo logré ser la propietaria, sola”, recordó Sandra.

Según comentó, su mamá también ocupó un rol esencial en el negocio. “Ella trabajaba a brazo fuerte porque no existía la maquinaria que tenemos hoy en día. Era más sacrificado, los hornos que eran a leña y hoy son rotativos”, detalló y agregó que “es importante el rol de la mujer en la panadería, las chicas tienen otra interacción con el cliente, presentan los productos de manera delicada”. Actualmente, Ester continúa degustando los productos que se elaboran, pero está retirada del trabajo. 

Junto a su hijo y a su marido, están a cargo del negocio que heredó de sus padres y abuelos.

Las dificultades del oficio

Sandra reflexionó que ser panadera “es muy lindo pero sacrificado porque no se tienen horarios, solo dejamos de trabajar de 21 a 0”. Además, “el pan lleva elaboración, hay productos artesanales que requieren tiempo. Por más que se siga una receta, nunca termina ahí, depende del clima, de lo que se le agrega, de los hornos que se posean, todo interfiere”. 

Hay recetas que se heredan y productos que vuelven únicas a las panaderías. “Mi papá fue panadero de la vida, una persona con auge y emprendimiento, era laborioso con el tema del pan que, considero, es lo que nos caracteriza. Conservamos la línea de él, aunque yo le agregué otras cosas cuando se jubiló. Roma existe hace 40 años. Hay recetas que vienen de familia, si bien uno las puede cambiar, pero cuando acostumbrás al cliente y te caracterizás con cierto alimento, hay que seguir. Mi hijo está interesado en la innovación y sé que lo va a continuar cuando nos retiremos con mi marido”. Asimismo, insistió en que la demanda de la actualización suele venir de parte del cliente, quien busca nuevas semillas, stevia y distintas clases de harinas. “Si no te ponés al día con lo nuevo, te vas quedando”, dijo. 

Sandra está presente en cada etapa del proceso de elaboración y venta. “Ingresé teniendo cuatro empleados y ahora tengo 12. Tratamos de tomar gente con experiencia, pero no siempre se logra, en este rubro lamentablemente, falta preparación”. Y confesó: “Soy una persona que me acuesto y me levanto pensando en la panadería, recién estoy empezando a aprender a hacerme otros espacios. No produzco diariamente, pero si hace falta me arremango y lo hago porque lo sé.”.

Tomar decisiones en un contexto de inflación también implica un desafío. Sandra, junto a su marido y a su hijo, está en constante diálogo con los proveedores para proyectar en lo que respecta al futuro de la panadería. “El tema de la inflación asusta. No imagino mi vida sin la panadería, la idea es colaborar en todo lo que pueda, y acompañar a mi hijo y a su esposa antes de retirarme, así como lo hizo mi padre conmigo durante dos años”. 

La panadera es una apasionada del rubro que se empeña en transmitir sus conocimientos a su familia, para que el legado continúe; pero también a otras personas, con el fin de generar productos de calidad. “El oficio significa una parte importante de mi vida, todo lo obtenido han sido logros, alegrías y mucha enseñanza. Es así, aprender y enseñar para que continúe. Me encanta lo que hago”, concluyó.

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