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Helguero, a contramano de las buenas costumbres

La decisión de Dolores Helguero de mantenerse al lado de Manuel Belgrano la colocó en un lugar de fragilidad. Hacia allí orientó sus ataques la cultura tradicional, que sancionó la actitud de Helguero de ir contra las costumbres de la época.

La familia Helguero era proveniente de Santander, España. En la primera mitad del siglo XVIII se asentó en la provincia de Tucumán. Allí nació María de los Dolores, en 1798. Fue la segunda de los hijos de Victoriano Helguero y Rodríguez, casado con María Manuela Liendo.

Los Helguero conocen a Manuel Belgrano en 1812, después de la batalla de Tucumán. Belgrano en esa época gozaba de un reconocimiento general por su victoria del 24 de septiembre. Es así que asiste a varias tertulias y reuniones sociales. Cuando conoce a Dolores ella tenía 14 años.

Belgrano vivió dos grandes amores. Uno de ellos fue con María Josefa Ezcurra, hermana de la esposa de Juan Manuel de Rosas (1793 -1877). Josefa y Manuel se conocieron en 1802. Él tenía 32 años y ella 17. 

La historiadora argentina Lucía Gálvez (1942) en su libro Historias de amor de la historia argentina, cuenta que Josefa había decidido acompañar a Belgrano cuando se hizo cargo del Ejército del Norte. Ella estaba casada con un primo que por esas fechas regresó a España. A fines de abril de 1812 se reencontró con Manuel Belgrano en Tucumán. En esa circunstancia ella quedó embarazada de un niño que nació en 1913, adoptado por la familia Rosas.

El otro gran amor de Belgrano fue Dolores Helguero. Una de las versiones indica que a Dolores sus padres la obligaron a casarse con un hombre que ella no amaba y que al poco tiempo la abandonó. Belgrano estaba enamorado y quería contraer matrimonio, pero no pudieron porque Dolores ya estaba legalmente casada. De esa relación entre Belgrano y Helguero nació una hija, Manuela Mónica, el 4 de mayo de 1819. 

El escritor Hernán Nemi (1972) en su libro Dolores Helguero & Manuel Belgrano. Entre el ideal patriótico y el amor (1999) aporta que, “cuando en la noche del 10 de julio, Dolores vuelve a aparecer ante él con sus 18 años, su figura de mujer y su mirada aún de niña, Manuel no tarda un segundo en reconocer en ella a aquella adolescente tierna que lo observaba con ojos llenos de admiración durante las semanas posteriores a la victoria de Tucumán. Seguramente también recuerda el marcado contraste entre las palabras cuidadas y hasta vergonzosas de la hija de los Helguero y la voz sensual, segura, ardiente de Josefa. Y quizá se haya sonrojado un poco al rememorar cómo aún en los momentos de pasión amorosa con la joven Ezcurra, que tan gigantesco esfuerzo había realizado para reencontrarse con él, no podía dejar de recordar la bella imagen de la tímida joven de los ojazos negros.”

Caminos separados.

Otra versión sostiene que en realidad Manuel y Dolores no pudieron casarse porque él debió regresar a Buenos Aires. Cuando él abandona Tucumán en febrero de 1819, Dolores estaba embarazada de seis meses. Frente a esta situación, sus padres la presionaron para que se case con un tal Rivas, que era catamarqueño. Así, cuando Belgrano regresa a Tucumán encuentra a Dolores casada. Los libros de bautismo y casamiento se perdieron, pero no caben dudas de la unión matrimonial entre Dolores con Rivas. Ese vínculo quedó documentado por el pleito que tuvo años después Manuelita Belgrano con sus medio hermanos Rivas-Helguero por un terreno que había pertenecido a Manuel Belgrano.

Por muchos motivos, en aquellos tiempos las mujeres estaban obligadas a seguir el mandato paterno al contraer matrimonio. Estas mujeres que tuvieron hijos con Manuel Belgrano lo hicieron desde el amor y no desde otros intereses que pujaban en la época por posiciones sociales o económicas. Tanto Dolores Helguero como María Josefa Ezcurra se atrevieron a elegirlo a Belgrano aun ante semejante adversidad. 

Cuando en 1837, Pedro Pablo Rosas y Belgrano cumplió 24 años fue nombrado Juez de Paz en la localidad de Azul. Manuel Belgrano aprovechó el momento y le confesó su verdadero origen familiar. Unos años después, Pedro Pablo Rosas y Belgrano se casó con Juana Rodríguez y la madrina fue su madre biológica, María Josefa Ezcurra. 

De acuerdo a los deseos de su padre, Manuela fue llevada a Buenos Aires y vivió junto a su tía Juana Belgrano de Chas. Allí recibió una educación privilegiada, aprendió a hablar inglés y francés. Juan Bautista Alberdi (1810 -1884) se enamoró de ella, pero esa relación no prosperó. Manuela se casó con su pariente Manuel Vega y Belgrano con quien tuvo tres hijos. La relación entre los hijos de Belgrano fue muy cordial; hay intercambios epistolares que así lo atestiguan.

Con respecto a Helguero existe una confusión con apellidos de familias que eran diferentes. Las investigaciones genealógicas de Jorge Alberto Corominas (1951-2018) no dejaron dudas: los Helguera y los Helguero fueron dos apellidos distintos cuyos descendientes viven actualmente en Tucumán, algunos de ellos creen que la diferencia entre la a y la o se debió a la ortografía vacilante del siglo XIX. Este dato -que es aportado por Nemi- resulta importante porque hay textos en los que a Dolores se le atribuye el apellido Helguera. 

Por fuera de estas vicisitudes, a Dolores Helguero la afectó severamente la separación con Belgrano, la condena social por su embarazo, el casamiento no deseado, el traslado de su hija a Buenos Aires y, años después el abandono de su marido.

Lo cierto es que cuando Manuel Belgrano murió, el 20 de junio de 1820, se llevó el secreto sobre los motivos por los cuales no se casó con Dolores Helguero. Ella falleció el 18 de diciembre de 1861, a la edad de 63 años. 

Con luz propia

La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas. 

La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.

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