No son tantas las marcas comerciales que dejan de identificar sólo a su propietario para convertirse en símbolos de una comunidad. Es lo que pasó con Casa Arcioni, desarrollada por el impulso inmigrante hasta convertirse en una referencia regional en materia de ferreterías. Hace 42 años, un incendio voraz terminó con aquel sueño.
Paraná vivía aún la conmoción del asesinato de Urquiza, cuando en 1870, desde Italia llegaron tres hermanos, Francisco, Ángel y Juan. Luego de establecerse en la ciudad fundaron la Casa Arcioni, cubriendo numerosos rubros: ferretería y bazar, materiales de construcción, instrumentos y máquinas agrícolas.
El establecimiento, instalado en calle Urquiza, frente a la actual torre de El Diario, atravesó un siglo de existencia cubriendo las demandas de los paranaenses, preservando un gran prestigio y albergando historias de todo orden y dimensión, que hoy forman parte de la memoria y las marcas colectivas, construidas en este caso desde la rutina comercial cotidiana desarrollada en un lugar. No sucede en todos los casos. De vez en cuando un comercio pasa a formar parte no sólo del circuito mercantil de una comunidad sino que se integra a una especie de mapa operativo, que se recorrer por fuerza de la costumbre y de la que participa los productos o bienes que se ofrecen, pero sobre todo los vínculos entre propietario y dependientes y entre ellos y los compradores. Es una relación de un lado y del otro del mostrador que curiosamente se vuelve necesaria y recurrente. Así, la memoria establece, en estos procesos, un diálogo complejo e indeterminado entre espacio, tiempo y acontecimiento.
Progreso
En 1970, desde EL DIARIO se entrevistó a Guillermo Arcioni, que era uno de los titulares de la firma por entonces. “En lo alto de aquel primitivo edificio, los fundadores de esta empresa habían colocado dos objetos, diríamos ‘vivos’: un arado y una cuna. No se trataba – agregaba- de simples y frágiles afiches que por estar a la intemperie podrían destruirse fácilmente, sino de dos símbolos fuertes del trabajo y el descanso; de la vida del hombre que rotura la tierra para obtener de ella su fruto, y de la vida que comienza, mirando el sol de frente para alcanzar de él su fuerza, su optimismo y su luz”. Luego, continuaba su relato con cariño entrañable sobre esos aspectos casi domésticos donde se asentó el comienzo de una historia centenaria.
Iniciado el siglo XX, los hermanos Arcioni resolvieron separarse y establecerse cada uno por su cuenta con nuevos emprendimientos comerciales, dentro de la misma línea y es así que Juan se estableció en la ciudad de Concordia con un comercio que continuó su hijo, Juan Bautista Arcioni, por los ‘70 del siglo pasado. Francisco, por su parte, fundó el establecimiento “La Comercial” en Paraná, en la esquina de Gualeguaychú y Belgrano. Ángel, por su parte, continuó la actividad comercial en calle Alem 64, entre Monte Caseros y San Martín, junto a su hijo, Guillermo Santiago, y los hermanos Ulises y Lodi Vercelli.
El periodista autor de la nota de EL DIARIO, fechada el 28 de junio de 1970, nos dice que “en la casona de calle Alem habría de continuarse la historia. Una historia hecha a su vez de historias pequeñas, mínimas, que dejaban sobre el mostrador, diríamos, en contacto diario, múltiple e interminable con los propietarios y empleados de la firma, gente perteneciente a todos los sectores sociales. Las anécdotas se fueron enlazando así, y muchas de ellas son rescatadas hoy en la tertulia amable de quienes pertenecen o pertenecieron a estas casas y que no olvidan, por ejemplo, las proezas del italiano Silimbani que, desde el corralón de ésta, en calle Alem, arrancaba en sus ascensos repetidos y riesgosos en un globo aerostático del que pendía un trapecio que servía a sus temerarias e increíbles pruebas de acrobacia a gran altura. Todo el pueblo de Paraná admiraba a Silimbani trepando en su artefacto y desafiando el vértigo en trato reiterado con la muerte”.
Sigue el artículo. “Tras su antigua y característica fachada, la ferretería Arcioni, que con el paso de los años quedó enclavada en pleno centro de la ciudad, brinda una impresionante variedad de artículos por lo que puede considerársela la casa más surtida en numerosos renglones. Por lo demás sigue gozando del apoyo de una vasta y consecuente clientela que da razón, ya en el orden netamente comercial, a un prestigio y una trayectoria que vienen de lejos”.
Inolvidable
Queda en la memoria urbana la imagen del humo oscuro del incendio que devoró el establecimiento, una primera vez el 22 de octubre de 1926 cuando las explosiones y gritos sacudieron la ciudad, hubo entonces fortaleza para recuperarse. Una crónica del diario El Tiempo describe el impacto en el vecindario de los estallidos y la irrupción de gritos aterrados, durante esa madrugada. También reflejaba que el fuego había hecho estragos en las instalaciones, que quedaron completamente inutilizadas.
El segundo incendio, que también conmocionó a los paranaenses se produjo el 15 de abril de 1981. También en esa ocasión las pérdidas fueron totales, pero a diferencia de lo ocurrido 55 años atrás, no pudo evitarse el cierre definitivo de la emblemática Casa Arcioni, la ferretería más grande de la ciudad en esos momentos. Se ponía punto final así a una historia de 111 años de trabajo comercial.
En el lugar, ahora, hay un estacionamiento que ocupa los amplios galpones de la firma siniestrada. Cuando pasan por allí los más memoriosos conectan con relatos de aquella época, con fotos de la densa columna de humo, las lenguas de fuego enloquecidas por los materiales inflamables, los tachos de pintura y aerosoles que volaban como fuegos artificiales y los testimonios de vecinos que recordaban el alboroto de los transeúntes, los allegados a la firma y su impotencia y el ajetreo de bomberos y socorristas.