La pausa que instala el fin de semana es una invitación a concurrir a sitios que quedan relegados de los circuitos que se recorren habitualmente. Con amigos, en familia, o afectos, la calma del río y el paisaje costero son un convite a dejar fluir el tiempo sin la prisa cotidiana. Caminata, charla, mate, o dejarse estar en un patio de comidas probando algún plato tradicional son parte de ese programa necesario que altera la rutinaria mecánica que imponen los trabajos y los días. Un modo de generar un remanso en medio de la fría corriente de invierno, para disfrutar de la calidez de un atardecer.