La escritura adolescente de Edith Velmans significa un aporte sustantivo para entender la magnitud del nazismo en la vida cotidiana de las personas y las familias. Su diario es una crónica de época que ayuda a entender mejor una cultura que cada tanto intenta regresar.
Edith Velmans nació en La Haya, en 1925. Fue hija de David van Hessen, de origen judío, que se distinguía por su talento artístico. Vivió una infancia feliz y despreocupada hasta que en los años cuarenta los sucesos históricos que dieron lugar al ascenso del nazismo la convirtieron en una niña aislada, huérfana y sin identidad.
Luego del paréntesis de la guerra y la pérdida de casi toda su familia, Edith se propuso continuar su vida: estudió Psicología en la Universidad de Ámsterdam y se casó en 1949 con Loet Velmans para trasladarse a Estados Unidos, donde residió con sus tres hijas y sus cinco nietos. Falleció a los 97 años.
Durante 1938 comenzó a escribir su Diario. Tenía trece años. Ante la inminente tragedia del exterminio nazi fue enviada a la casa de unos conocidos debiendo ocultar su origen judío. Sus padres, su abuela y su hermano murieron; ella a diferencia de Ana Frank, pudo sobrevivir.
El diario de Edith, publicado en español en 1999, es un testimonio acogedor de aquella época. “De los 140.000 judíos que había en Holanda hace diez años, antes de que estallara la guerra, han sobrevivido menos de 30.000: aproximadamente uno de cada cinco. De los seis que éramos en mi familia, sólo quedamos dos”, dice el prólogo.
Los van Hessen procedían de Groningen, una ciudad del norte de Holanda. Su padre pensó que estarían a salvo porque Holanda era un país neutral y no participó de la guerra durante 1914-1918. Edith asistía en La Haya a una escuela de gran prestigio, el Liceo de los Países Bajos. Parte de su familia vivía en Alemania, por eso su abuela Mina Weil Wertheimer, a la que le decían “Omi”, fue a vivir con ellos en 1938, desde Heidelberg. Había perdido dos de sus hijos, uno en el parto y otro a causa de una enfermedad cuando era pequeño.
Su abuelo Adolf Weil falleció joven, por eso su abuela soportó muchas pérdidas, tal vez, a criterio de Edith, la más dolorosa fue la muerte de su otro hijo Julius, que fue reclutado en 1914 por el Ejército Imperial del Káiser y murió en esa guerra. La abuela llevaba siempre consigo la Cruz Honorífica que se les daba a las madres heroicas que habían perdido a sus hijos por el bien del Vaterland (país natal). La madre de Edith era la única que sobrevivió a todas esas vicisitudes, quedando como hija única.
De puño y letra
Edith escribe en su Diario, el 10 de mayo de 1940: “estamos en guerra con Alemania. Hay combates en las fronteras y la radio no para de emitir boletines informativos. Casi nadie va a ir a la escuela hoy. Acabo de oír por la radio que todos los colegios están cerrados.” Durante esos meses Edith hizo un registro de las situaciones que se vivían cotidianamente, su familia había tramitado pasaportes para poder salir del país, pero en 1941 se les proporcionó a todos los ciudadanos un carnet de identidad que dejaba sin valor los pasaportes; si eran judíos se estamparía la letra J que debía ser muy visible. Ante la angustia de su madre, su padre insistía en que en Holanda no pasaría lo que estaba ocurriendo en Alemania.
En el libro que recoge los escritos de su Diario, Edith completa los relatos y escribe un segundo texto que amplifica las sensaciones y sentimientos, además de la información que va detallando a lo largo de las páginas. Allí cuenta que en marzo de 1941 los vecinos habían escuchado disparos cerca de la casa; un pelotón fusiló a miembros de un grupo antinazi que se autodenominaban los “Geuzen” (los Mendigos en recuerdo de la revuelta contra la ocupación de Holanda por parte de los españoles en el siglo XVI)). Al año siguiente, Edith comenzó un noviazgo con Adrie, bajo la vigilancia de su padre y su abuela, que se convertiría en su madre sustituta, dado que su mamá estaba en cama, siempre enferma. Al cumplir dieciséis años, su familia le regaló un piano de media cola y un equipo nuevo para jugar al tenis.
Avanzado el año, la situación se tornó cada vez más dramática, un decreto prohibía asistir al colegio a niños y niñas de familias judías. “De buenas a primeras descubrimos quién era judío y quién no. En nuestra pandilla nunca habíamos sido demasiado conscientes de aquellas diferencias.”
Giros
En octubre se creó una nueva escuela “El Liceo Judío”, había doscientos matriculados. En 1942 sus padres pasaron a la clandestinidad, había que quitar las estrellas amarillas de la ropa y encontrar nuevos documentos sin la letra J. Su madre continuaba mal de salud y había sido operada unos meses antes sin recuperarse totalmente. Su familia fue secuestrada desde los diferentes lugares en los que se encontraba por la Policía de Seguridad. Ella quedó al resguardo de una familia que ocultó su identidad.
En 1943 trasladaron a su madre y nunca más tuvieron noticias de ella. Su padre empeoró y los médicos no lograron curarlo, llegaban sus cartas con tono de despedida todo el tiempo. “Las cartas de papá estaban llenas de reflexiones sobre la felicidad de nuestra vida pasada y en ellas me pedía que luchase para que no se apoderaran de mí el odio y la desesperación. Solían acabar con mensajes como: adiós ángel mío, te querré aún después de muerto”.
El Diario de Edith Velmans es un documento de lo que significó aquel oscuro y atroz período de la historia. Ha sido traducido a más de diez idiomas y sobre su testimonio pesa siempre un juicio contrafáctico: ¿qué hubiese sido de Ana Frank si sobrevivía a aquel exterminio?
Con luz propia
La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.
La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.