Cuando una novedad extraña se impone la geografía y la cultura laten, confluyen y se resisten a la extinción en urbes que poco dicen de ellas. Wiñaypacha (2017) habita un tiempo circular que denuncia la deshumanización y el descuido del progreso por sobre las subjetividades que gravitan altiplanos.
Victoria Elizalde | [email protected]
Altura y planicie albergan paisajes andinos extensos y accidentados donde raigambres culturales subsisten y confluyen con la naturaleza. Vejeces aisladas suelen quedar en la disyuntiva entre su pertenencia geográfica – cultural y el olvido. Titila ahí un chispazo que arde en la curiosa geocultura del maestro y filósofo Rodolfo Kusch, en la que el pensar, el sentir y el encuentro con lo nuevo están marcados por el propio suelo, por los ecos propios de su geografía. La película Wiñaypacha se ancla en esa mirada abrasadora de la cultura reconociendo y devolviendo valor a los olvidados de la globalización (que en este caso son del Perú pero los hay en todas las latitudes). Wiñaypacha defiende en lenguaje aymara, lo que en idioma español sería eternidad.
Historias de humanidad
A cinco mil metros sobre el nivel del mar, en una cabaña de piedra y paja situada en el Puno peruano, viven Phaxsi y Willka en compañía de sus cabras, una llama, sus sostenes espirituales y el perro. Día a día, como pareja, trabajan la tierra y el telar para subsistir y emprenden rituales a los dioses y la Pachamama para que su único hijo radicado en la ciudad esté bien, no los olvide y regrese alguna vez. Con dedicación minuciosa, se entregan a sus labores, a sus animales y a la naturaleza. Sólo las limitaciones de sus más de ochenta años y el compartido y creciente ahogo por el abandono diezman poco a poco sus fuerzas, su esperanza y lo único que les queda. No solo la propia sangre sino también los dioses y la naturaleza caen en peso sobre ellos al punto de volverse, además de olvidados, desposeídos, dolientes.
El amor como leyenda en tiempos suspendidos
La película cuenta la rústica historia de amor y padecer de Phaxsi (luna) y Willka (sol), una pareja de abuelos que encarnan una noción de eternidad o circularidad -propia de las culturas indígenas andinas- entre lo humano y la naturaleza en sus elementos y espiritualidad como un ciclo vital en que el hombre es sólo un partícipe más. Lo crucial de una cohabitación respetuosa en consonancia con el entorno se sostiene en tomas largas, personajes muy auténticos y sonidos primigenios del altiplano, que proponen que el diálogo intercultural (entre espectador y nativo) suceda en un momento de suspensión de la aceleración del tiempo tecnológico actual, como una invitación a ponerse en la piel del otro por un rato. La fotografía es muy sugerente en cuanto a climas y tensiones. A partir de luz de día y fuego en las noches se macera una huella pictórica conmovedora y punzante. En la composición de las escenas se percibe una herencia manifiesta del fotógrafo indigenista peruano, Martín Chambi, reconocido por sus retratos y testimonio étnico de la cultura peruana y su patrimonio.
La voz del realizador
Óscar Catacora, director de esta ópera prima, abona la tierra de sus raíces para destacar una voz del Perú (de pueblos andinos) y sus dolencias constitutivas. Su ascendencia aymara y su formación audiovisual le permiten poner el foco en saberes y problemáticas sociales de su pueblo, que resiste crudamente una brecha entre progreso y circularidad, entre dominar/expandir y cohabitar. A su modo reivindica la necesidad de un punto de apoyo identitario desde donde dialogar con lo nuevo y distinto para no ser devorado sencillamente. Lo que en su película parece una falta de diálogo cultural se debe a negligencias: no hay diálogo por la ausencia de las generaciones nuevas y por ausencia de organismos e instituciones que asistan los modos de vida fuera del mainstream, de la tendencia dominante. Así, recuperar recobra sentido el eco que habilitara Kusch, quien no se refiere a una porción de tierra o a una tradición sino que, como Catacora, regala una idea de cultura como “baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia (…) y por lo cual, lo que fue pensado para otro suelo hay que moldearlo para este”. Tal vez se desconozca si el cineasta leyó o conoció a Kusch, pero sí se sabe que escribe y dirige Wiñaypacha, como un estar de pie ante el avasallamiento de un mundo globalizado que devora singularidades, como una reflexión acerca de las raíces y la proyección del hombre situado en un espacio y un tiempo. A fin de cuenta late ahí un conocimiento vegetal, visceral y arraigado en la experiencia y los saberes, sentires de una comunidad y una geografía que se resisten a la invalidación. La propuesta de Catacora encarna y pone a reflexionar sobre lo que tiempo atrás elucidara Kusch con su sentencia: “Habitar un lugar significa que no se puede ser indiferente ante lo que aquí ocurre”.
Habita un tiempo circular que denuncia la deshumanización y el descuido del progreso
FICHA TÉCNICA
Título original: Wiñaypacha
Título alternativo: Eternidad – Eternity
Idioma: Aymara (subtitulado español latinoamericano)
Género: ficción, drama, antropológico
Guión y dirección: Óscar Catacora
Año: 2017
País: Perú
Duración: 86 minutos
Plataforma: Netflix