jueves , 21 noviembre 2024
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El mundo luminoso y opaco de las infancias nuestras

Con Los inocentes, Selva Almada se zambulle en el mundo claro y penumbroso de las infancias.
Las infancias con ausencias de adultos en medio de un ambiente acechante en contacto con la naturaleza son un tema presente en la narrativa de Selva Almada. La escritora retoma estas coordenadas en su nuevo libro, Los inocentes, un volumen de relatos donde los niños son protagonistas de historias que encajan en la mejor genealogía del cuento trágico rioplatense, encarnada en la figura de Horacio Quiroga.

En su obra, la escritora Selva Almada, nacida en 1973, en Villa Elisa, aborda la infancia con una intensidad arrolladora, como lo hace con cada uno de sus temas: las infancias de sus personajes no son paraísos perdidos. En su primera novela, El viento que arrasa, los adolescentes de la historia son niños sin madres que sobreviven al margen de la vida de sus padres. Del mismo modo, los adultos, el Reverendo Pearson y el Gringo Brauer, han experimentado una niñez difícil. Precisamente por estos días comenzó a circular la versión cinematográfica del libro, dirigida por Paula Hernández: ya pasó por los Festivales de cine de Toronto y San Sebastián y próximamente llegará a las salas argentinas.

Igual que en El viento que arrasa, la infancia irrumpe con potencia en Ladrilleros, donde los personajes de Pájaro Tamai y Marciano Miranda deben enfrentar la violencia machista que se inculca a los varones y el trabajo infantil.

En su tercera novela, No es un río, se repite este patrón. Sin embargo, es en los relatos de “El desapego es una manera de querernos” donde la historia de los niños y las chicas está marcada a fuego por las dificultades de la vida. Finalmente, en Los Inocentes, el nuevo libro, esta crudeza de la infancia se concentra en seis relatos.

Hay una atracción que sentimos cuando somos niños por la oscuridad, los fantasmas y las cosas que nos asustan pero que queremos ver

Los niños o las personas en transición entre el fin de la infancia y el comienzo de la adolescencia de las historias de Selva Almada tienen una vida muy vinculada a la naturaleza, a la compañía de los animales. Aunque existe una comunión con el paisaje, no tiene nada de bucólico. A los chicos de los relatos de Almada les pasan cosas a veces un poco abismales o parecen siempre estar en peligro.

El proyecto que luego se llamó Los inocentes, nació cuando el editor Fernando Kosiak, que recientemente había asumido la dirección de la Editorial de Entre Ríos, la contactó y le preguntó a la escritora por qué nunca había publicado en su provincia natal. Acto seguido le hizo la propuesta. Almada tenía algunos relatos que no habían sido incluidos en la antología El desapego es una manera de querernos, y notó que estos cuentos compartían el rasgo de tener como protagonistas a niños y niñas.

En respuesta a la propuesta de Kosiak, Selva Almada hizo una oferta. “Tengo estos cuentos, son muy cortos. Tendría que revisarlos nuevamente y, quizás, escribir algunos más, pero podríamos crear una selección para su publicación”.

El editor estuvo entusiasmado con la idea, ya que también consideraba la posibilidad de destinar la mayoría de los ejemplares a las bibliotecas escolares de la provincia. Con la aprobación de Kosiak, la escritora se acercó a su hermana, Lilian Almada, una artista visual que reside en Paraná, y le propuso ilustrar los textos que estaba revisando.

De esta manera, se gestó el libro. La edición es muy vistosa, ya que además de estar ilustrada, presenta un formato particular y un diseño atractivo.

El libro se lanzó justo antes de la pandemia, con múltiples actividades planeadas en escuelas de toda la provincia que lamentablemente tuvieron que suspenderse debido a las restricciones de la cuarentena. Pero hace unos días, en la Feria del Libro de Santiago del Estero y en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires, pudo hacerse su presentación. Y en ese entorno, Almada habló de su postergado nuevo libro.

–¿Cómo condicionó tu escritura el hecho de que estos relatos estén escritos para otro tipo de lector?

–Es la primera vez que escribo para un público no exclusivamente adulto, porque es un libro que estuvo proyectado para las escuelas, por esto tuve que prestar un poco de atención a que parte de esos lectores iban a ser niños, jóvenes. Pero no siento que haya tenido que escribirlos de una manera diferente a la que he escrito el resto de mis libros.

Siento que dialogan con el resto de mi obra porque son parte de ella y muchos tópicos que aparecen en las novelas o en los cuentos también están acá: la infancia como un espacio casi apartado de los adultos, como un universo propio, con leyes que un poco ponen los propios niños.

Eso también aparece mucho en los cuentos de El desapego es una manera de querernos, también aparece en El viento que arrasa, como que Leni también tiene una vida a espaldas de su padre. O los personajes de Ladrilleros cuando eran niños: hay bastante de eso en la novela, cualquiera de los personajes de los cuentos, podrían haber participado de esas escenas tranquilamente.

La experiencia de niños y niñas ha sido uno de los temas preferidos de Almada.

Sintonías

–Las historias trágicas parece que gustan más a los lectores jóvenes ¿Es así?

–Recuerdo que cuando era niña, me atraían más las historias trágicas que las felices, o sea, las historias de aventuras donde también había muerte y destrucción. Observo esto en mis sobrinos y en amigos que tienen hijos pequeños. Esa fascinación por lo oscuro y aterrador parece ser parte de lo que nos atrae en la infancia. Esa mezcla de miedo y atracción.

Alberto Laiseca, mi maestro, escribió un ensayo interesante sobre el terror en los cuentos infantiles. Sostenía que los cuentos de hadas, por ejemplo, que incluyen elementos espeluznantes, como las versiones originales donde las hermanas de Cenicienta se cortan los dedos para que les entre el zapato, tenían una función pedagógica. Nos enseñaban desde una edad temprana que el mundo era un lugar peligroso y que la violencia era una parte fundamental de la vida de las personas y de las comunidades.

Creo que esa atracción que sentimos cuando somos niños por la oscuridad, los fantasmas y las cosas que nos asustan pero que queremos ver, también fue lo que me atraía cuando era niña y leía estas historias.

–¿Sentís que ahora sucede lo mismo?

–No, ahora parece que hay un excesivo cuidado en proteger a los niños de la muerte y la enfermedad, ocultándoles esas realidades. Es paradójico porque en una época en la que el niño es el centro de la vida familiar, se le consulta sobre todo, pero se evita que se enfrenten a aspectos dolorosos de la vida, como la muerte.

Personalmente, agradezco que mi infancia no fuera así. Tengo recuerdos vívidos de jugar en el patio mientras mi abuela mataba una gallina, y luego comíamos la misma gallina que habíamos visto viva momentos antes, sin que eso generara un trauma. Era simplemente parte de la vida. De hecho, esto se refleja en el cuento de Los Inocentes. El protagonista, Vito, ve el sacrificio de un animal como algo necesario para que él pueda comer.

–¿Los cuentos de Horacio Quiroga te marcaron de niña?

–En la época de mi infancia Quiroga era un autor que leíamos en la escuela, en su famoso libro Los cuentos de la selva, que además me fascinaba porque tenían el título en mi nombre.

Sus cuentos que eran para niños también estaban como muy atravesados siempre por lo trágico, por lo terrorífico, por lo ominoso, pero eso convivía naturalmente con esos personajes humanos, animales que hablaban o que hacían cosas.

 Así que sí, fue un autor muy importante para mí en la infancia y que después recuperé en la adolescencia, o sea, con otro libro para mí fundamental de Quiroga: Cuentos de amor, de locura y de muerte.

Cruces

–En tus novelas y también en este libro (particularmente en el cuento Los Inocentes), observamos un cruce entre la naturaleza y lo religioso. ¿Es este un conflicto que deliberadamente trabajas en tus personajes?

–Los Inocentes fue un cuento que me encargó el diario Clarín para la Navidad. Dado el tema, lo religioso surge inevitablemente. Inicialmente, fue un cuento muy breve, pero al continuar trabajando en él para su inclusión en el libro, surgieron nuevos elementos.

En este caso, la religión ya estaba implícita en la consigna, al ser un cuento navideño. Sin embargo, la religión también se hace presente en otros relatos. Por ejemplo, en El Hijo de la guerra, donde dos personajes visitan a una virgen. Esto está relacionado con el entorno en el que se desarrollan estos cuentos, que se asemeja al ambiente de mi infancia en un pueblo de provincia.

En ese lugar, lo religioso estaba entrelazado con aspectos paganos, que incluían no solo la iglesia católica, sino también santos populares, leyendas, seres mágicos y curanderismo. Todos estos elementos eran una parte cotidiana de mi infancia y también se reflejan en estos relatos que tienen niños como protagonistas, inspirados en mi propia experiencia.

–¿Cómo se relacionan las imágenes del libro con el texto?

–El trabajo de Lilian en las ilustraciones del libro está en perfecta armonía con los relatos. Ella siempre ha explorado el mundo de la infancia en su obra plástica, desde sus esculturas de muñecas hasta su enfoque actual en acuarelas y pinturas. Ha trabajado en retratos de niños con un toque gótico, borroso, y fuera de foco.

Cuando surgió la oportunidad de crear el libro, pensé de inmediato en sus dibujos y en la serie en la que había estado trabajando durante un tiempo. En el libro, los lectores encontrarán retratos de personajes, tanto niños como la Virgen.

Los personajes emprenden una peregrinación hacia lo que se conoce como la Virgen de las Cuatro Bocas, que se encontraba realmente en la salida de nuestro pueblo, donde convergían cuatro caminos, por lo que era conocida como las Cuatro Bocas del camino.

Sin embargo, cuando éramos niñas, para nosotras, la Virgen tenía literalmente cuatro bocas en su rostro. Lilian aborda esta imagen en su ilustración. Sus ilustraciones no solo representan, sino que también agregan capas al relato, generando una experiencia que va más allá de las palabras del libro.

–¿Cómo fue tu experiencia con la adaptación de la novela El viento que arrasa, que se está presentando en varios festivales de cine?

–En realidad, no participé en la adaptación, por lo que no tengo mucho que decir sobre esa experiencia. Sin embargo, he visto la película y aprecio la adaptación que Paula Hernández ha realizado. Me parece que ofrece una perspectiva valiosa sobre el universo de la novela. Además, las actuaciones son excepcionales y los personajes destacan de manera brillante en la película.

La edición de Los inocentes es muy vistosa, ya que además de estar ilustrada, presenta un formato particular y un diseño atractivo

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