El primer libro de Jorge Luis Borges fue un poemario, que se publicó en 1923. En realidad, es una declaración de amor a una ciudad que se desvanecía para ser otra. A cien años desde entonces, Fervor de Buenos Aires hace brillar al Borges de 23 años que ya era el que iba a ser: el mayor poeta de la literatura en español del siglo XX.
Cuando Jorge Luis Borges publicó Fervor de Buenos Aires, había destruido ya tres libros anteriores porque “eran aún peores”, según la particular modestia corrosiva que utilizaba el escritor en sus declaraciones. Era el año 1923 y su padre financió la publicación de los 300 ejemplares de la primera edición en la imprenta Serantes que, si bien imprimía revistas y semanarios culturales, también Mimí, una revista pornográfica.
“Furor de Buenos Aires” fue impreso en cinco días, no tenía páginas numeradas ni prólogo ni índice, ni pie de imprenta, ni editor. Ese libro tiene la particularidad, entre otras virtudes, de ser el eterno retorno en esa visión circular del tiempo que contiene el concepto de Nietzsche. Porque Borges vuelve una y otra vez a Fervor de Buenos Aires, a lo largo del siglo XX, en sus sucesivas reediciones. Incluso en esas reescrituras, de la original de cuarenta y seis poemas, las de 1974, treinta y seis, de las cuales tres habían sido añadidos en 1969. Algunos hablan de que se convirtió en una especie de objeto mutante. En él se prefigura todo lo que Borges hizo después. En el momento de la publicación, compila con cierta urgencia los poemas que había escrito, porque debe viajar a Ginebra, donde su padre se operaría de la visión.
El autor ha corregido el texto a través del tiempo, pero al decir de sus exegetas, en la primera edición ya perfilaba muchos de sus temas pertinentes: representaciones, tópicos, referencias literarias, menciones al tiempo y el espacio, la filosofía, Schopenhauer, Berkeley, los sueños, la fascinación por Oriente y, fundamentalmente, obsesiones, entre ellas Buenos Aires, que se perfeccionaron en sus posteriores libros.
Calendarios
Algunos de los poemas de Fervor de Buenos Aires habían sido escritos en los años anteriores, algunos incluso en 1914 y publicados en algunas revistas. Entre 1919 y 1922, se dieron a conocer en Grecia, revista ultraísta que se publicaba en Sevilla y de la cual el gran Antonio Machado, había afirmado que era “lo más interesante que hoy (1920) se publica en España” y su continuación Tableros – Revista internacional de Arte, Literatura y Crítica; en Ultra (Sala Vacía), revista vanguardista de Madrid y Cosmópolis (Arrabal).
Todas publicaciones, de pocos números y veloz desaparición, que se acercaban al ultraísmo, y por lo tanto a la influencia del cubismo o dadaísmo en la poesía española e hispanoamericana. Otros poemas habían sido publicados en Proa en las Artes y las Letras, revista que había fundado Borges junto a Macedonio Fernández y Ricardo Güiraldes.
En un afán por hacer conocer sus poemas, Borges se encargó de hacerle llegar su libro a otros escritores como el caso de Roberto Giusti, también fundador de la revista Nosotros. Se dice que le pidió permiso para introducir ejemplares en los bolsillos de los sobretodos de aquellos que visitaban la redacción. Confesó incluso años después, que la mayoría de los ejemplares los regaló.
En prueba de su relación casi íntima y obsesiva con Buenos Aires, que mantendrá durante toda su vida, Borges incluye en el prólogo de la versión de Fervor de Buenos Aires de 1969, que es casi una reescritura: “quería cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas. En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad”.
En el poema Arrabal se desnuda: “esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente;/ los años que he vivido en Europa son ilusorios/ yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires”.
Es probable que el hecho de que Borges haya vivido los siete años inmediatamente anteriores de la publicación del libro en Europa, en Suiza y España (donde era asiduo de las tertulias que convocaba Ramón Gómez de la Serna), fortaleciera el lazo sensitivo y acrecentara la simbiosis entre él y Buenos Aires. Esos poemas tienen un tono elegíaco, una especie de nostalgia presente y memoria activa.
Borges recorre una Buenos Aires que no era la de su memoria ni la que le relataba su madre. La recrea en sus poemas. Les imprime su visión a las calles, los aljibes, las plazas, las partidas de truco, los atardeceres, los cementerios. De forma tal que en el poema Las calles, escribe: “las calles de Buenos Aires/ ya son la entraña de mi alma”. En “La plaza San Martín”, “Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra” y “Abajo/ el puerto anhela latitudes lejanas/ y la honda plaza igualadora de almas/ se abre como la muerte, como el sueño”.
Por otra parte, según señala Beatriz Sarlo en Borges, un escritor de las orillas, el autor “cuando regresa a la Argentina, abre esa pregunta (que nunca cierra) sobre cómo es posible escribir literatura en este país periférico, con una población de origen inmigratorio, establecida en una ciudad litoral”.
Vínculos
La hermana de Borges, Norah, fue quien ilustró, aunque no la firmó, la portada de la primera edición del libro con una esquina de casas bajas, con columnas, balaustradas, rejas y baldosas ajedrezadas; arriba y al fondo, un sol bajo, que provoca una débil sombra. En un texto titulado Hora y media con Norah Borges, Juan Manuel Bonet, cita a la hermana del escritor. “Fue entonces cuando mi hermano y yo descubrimos Buenos Aires, sus casitas antiguas, sus zaguanes, sus patios. Vivimos un proceso paralelo. Nos gustaban las mismas cosas, excepto los compadritos, que a mí nunca me han gustado. Además de la cubierta de Fervor de Buenos Aires, hice un grabado en madera para la revista mural Prisma, que mi hermano y otros ultraístas pegaron una noche por las paredes de toda la ciudad”.
Un universo familiar y próximo anida en el libro. Las dedicatorias en los poemas lo atestiguan. Hay una para Macedonio Fernández, un gran amigo; otra a su cuñado, en ese entonces, Guillermo de Torre Ballesteros; una para su bisabuelo, el coronel Isidoro Suárez; otra a Haydée Lange y una para una misteriosa C.G., que podría haber sido Concepción Guerrero, un amor de Borges en esos tiempos.
Aquellos poemas que no incluyó en Fervor de Buenos Aires, pero que fueron escritos en esos mismos años, Borges los destinó a Luna de enfrente (1925) y a Cuaderno San Martín (1929), que conforman junto al primer libro una trilogía de temas y afectos por Buenos Aires. Tal es así que el poema inaugural de Cuaderno San Martín es el que dice: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires; la juzgo tan eterna como el agua y el aire”.