Charlar sin tiempo frente al río mientras se disfruta del panorama desde lo alto de la barranca. Acordar un encuentro para disfrutar un tereré mientras se cotillea sobre aquello que de veras es importante. Caminar con aquellos que se considera pares mientras la tarde señala, sin prisa, el rumbo del atardecer. Conversar. Soñar en grupo otros mundos posibles. Diseñar el futuro. O simplemente parlotear sobre las cosas simples y cotidianas de la vida. En la primavera del ser humano, el tiempo es una dimensión que fluye elástica. Mientras todo alrededor se mueve al ritmo acelerado de las obligaciones y contratos, el mundo juvenil elige encontrarse para cultivar vínculos, para ejercitar el delicado arte del diálogo, para disfrutar de aquello que no puede mensurarse económicamente: la amistad y los afectos.