viernes , 22 noviembre 2024
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La sencilla hondura del cine de Sautet

El cine de Sautet no despertó admiración en la crítica.

Considerado un maestro en la dirección de actores, el francés Claude Sautet instauró la presencia de los personajes de mujeres fuertes e independientes. En sus casi cuarenta años de carrera, redondeó una obra cuantitativamente escasa pero consistente sin duda alguna, desde donde narró los dilemas de la clase media francesa.

Gustavo Labriola

Especial para EL DIARIO

El cine francés, a partir de la década del ‘50, se vio revolucionado y revalorado a partir de la nouvelle vague, término adoptado por los críticos de Cahiers de Cinema y llevado adelante con sus realizaciones, personales, independientes, muchas veces improvisadas, buceando en la realidad y alejando y rechazando al cine que se venía desarrollando en Francia hasta ese momento, por considerarlo realizado por directores sin personalidad y acartonado.

Por otra parte, reconocían en grandes directores norteamericanos de esa época como Alfred Hitchcock, Howard Hawks y Orson Welles, la identidad que les imprimían a sus películas manteniendo la decisión de los guiones, las tomas y el montaje, sin que los estudios puedan imponerles nada. Veían la autoría del director por sobre todas las cosas, lo que con el tiempo se denominó “cine de autor”. Bajo esa impronta, comenzó la carrera de esos críticos devenidos en guionistas y directores como Claude Chabrol, Agnès Varda, Francois Truffaut, Jean-Luc Godard y Eric Rohmer, entre otros.

Sin embargo, Claude Sautet, que había nacido el 23 de febrero de 1924, en Montrouge, Altos del Sena, un suburbio parisino y en una familia acomodada, no formó parte de la generación de la posguerra ni compartió con los directores de la nouvelle vague, a pesar de ser contemporáneo a ellos.

Desvelos

Sus películas se caracterizan por acercarse a historias de vida enmarcadas en relaciones amorosas cotidianas, con sus crisis sentimentales y existenciales. Se ocupó de personas desconsolados luego de esas crisis y con dificultades para confiar en nuevas relaciones. Son los problemas de la burguesía que las interpretó con un elenco de actores y actrices con los que conformó una amalgama perfecta. Ha dicho que buscaba “un cine a la vez sensual, musical y moral” y que “hacía la película que le gustaría ver”.

Quería ser médico y, bajo la influencia de su madre, cinéfila incorregible, comenzó su formación en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos. En el cine inició su carrera como ayudante de dirección y guionista en filmes de otros directores. En esos años se lo conocía como un “cineasta sociólogo”.

Su primer filme, como director, de un total de 14, fue “Bonjour sourire!” (1956) una comedia musical atípica en lo que luego sería su filmografía. No obstante, ha reconocido interés por la música y la escultura. La película fue interpretada por Henri Salvador, un importante cantante y guitarrista de la época que incursionó en el jazz, la bossa nova, la canción francesa y el rock and roll.

Sus películas más emblemáticas y populares las realizó al final de la década del ‘60 y en los ‘70. En varias de ellas su principal actriz fue la bella, encantadora y lamentablemente malograda Romy Schneider.

 “Las cosas de la vida” (1970) con su actriz predilecta y Michel Piccoli conformando una de las parejas más convocantes del cine francés. El guion de Jean-Loup Dabadie, un habitual colaborador de Sautet, está basado en la novela homónima de Paul Guimard. Un arquitecto sufre un accidente de tráfico en una carretera de acceso a la capital francesa, al chocar con su auto con la parte posterior de una camioneta. Inconsciente, repasa en su memoria su vida y el triángulo amoroso con su exmujer, su joven actual pareja -una novelista atractiva- y la relación con su hijo.

Un año después, “Max y los chatarreros” (1971), con la misma pareja protagónica, es un policial en el que el protagonista es un ex juez actuando como detective se infiltra en una banda de delincuentes para detenerlos. Es un antihéroe romántico, un cruzado detrás del delito, que se muestra indiferente sentimentalmente, pero se enamora de la novia del jefe de la banda.

Con César y Rosalie (1972) incursiona nuevamente en un triángulo amoroso, con Romy Schneider, recientemente divorciada y enamorada de Yves Montand, que empieza a sentirse atraída por un joven (Sami Frey) que acaba de conocer.

Distinciones

“Vincent, Francois, Paul y los otros” (1974), uno de sus grandes éxitos, transcurre en una casa de campo donde cuatro amigos desde la infancia (Yves Montand, Michel Piccoli, Sere Reggiani y Gérard Depardieu) se reúnen junto con sus familias a almorzar y hablar. Son hombres de mediana edad que arrastran fracasos profesionales y desilusiones políticas además de crisis familiares. Pertenecen a una clase media que, sin ser acomodada, podía mantener un nivel de vida confortable. El guion está basado en una novela de Claude Néron, “La grand marrade”. Francois Truffaut tuvo expresiones laudatorias, al decir que se trata “de una película soberbia, donde el texto y la acción explican exactamente los rostros”.

Romy Schneider vuelve a protagonizar una película de Sautet, la última con él, antes de su lamentable fallecimiento, “Una historia simple” (1978). Es una mujer de 40 años divorciada y madre de un adolescente que, al quedarse embarazada en una nueva relación, decide abortar, abandonar a su pareja y retornar con su esposo. Sautet se manifiesta acorde con el movimiento feminista. En particular con la repercusión que la “ley Veil” había conseguido algunos años antes, al aprobarse la legalidad del aborto en Francia. Esta película fue nominada al Premio Óscar al mejor filme en idioma extranjero.

Sus últimas películas fueron “Un corazón en invierno” (1990) con Daniel Auteuil y Emmanuelle Béart. Un luthier, reparador de violines, cerebral y ascético en sus expresiones, luego de fracasar en su matrimonio, encuentra la recuperación anímica en una nueva relación. Con este film, Sautet obtiene el León de Plata en Venecia y el Premio César como mejor director.

Y en 1995, “El placer de estar contigo”, con Emmanuelle Béart, en este caso, encontrando apoyo y consuelo en un hombre mayor, interpretado por Michel Serrault, luego, también de un matrimonio frustrado.

Si bien la crítica ha depreciado, en general, la calidad de su trayectoria, por ser un cine directo, no alambicado y carente de falsas aspiraciones intelectuales, ha conseguido la aceptación popular al reflejar en él, la vida cotidiana de la clase media francesa de esos años.

La presencia del presidente francés Jacques Chirac y el primer ministro, Lionel Jospin en un homenaje al producirse su deceso, en el año 2000, le brindó el reconocimiento que merecía.

Hoy, la revisión de sus películas, nos acercan a un creador personal, austero y preciso con guiones que transparentan la compleja vida en pareja y en una sociedad en constante evolución.

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