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Duelo: qué se puede leer si la idea es querer sanar

Foto: Juliana Faggi
Autores que reflexionan sobre la pérdida hay muchos y muy buenos. Los seleccionados aquí son los imprescindibles. Transitar el dolor y el espanto por la partida de un ser amado puede ser terrible, pero no imposible.

Todos vamos a morir. Y es la única certeza que tenemos. Lo que no sabemos es cuándo o cómo. Aceptar esta verdad irrefutable es sencillo. ¿Quién no sabe que todos dejaremos este mundo algún día?

Pero cuando finalmente esto sucede y muere un ser querido, de forma inesperada, fuera de tiempo, de un modo trágico o violento, o simplemente porque llegó su hora, todas las certezas desaparecen. Porque, como dijo Rosa Montero, es ridícula la idea de no volver a verte. Y sí. Muy ridícula.

Como sea, la literatura se ha encargado, y bastante, de tendernos una mano para lidiar con la pérdida de nuestras personas queridas. Los títulos son cientos. Pero de todos ellos elegimos solo cinco, que colaboraron en sanar una herida que dejó una gran cicatriz que dice: no escarbe que duele.

En su libro El año del pensamiento mágico -editado por Random House-, la escritora y periodista norteamericana Joan Didion escribió que “la vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba”.

Resulta que la autora se sienta a cenar con su marido y ¡sácate! el tipo se muere ahí mismo. Entrás en shock. De un día al otro no ves más a esa persona que amabas con toda tu alma y ni siquiera el amor, que es lo más fuerte que hay, pudo salvarlo. Se murió. Chau. Se fue. Y te sentís inútil, estéril, insignificante frente a tremenda sentencia irrevocable. Y Didion cuenta el trance de una manera bella, cuidada y perfecta. Maestra.

El segundo de la lista es Ese instante, de la mexicana Silvia Cherem, editado por Aguilar. Son las crónicas de seis sobrevivientes a tragedias indecibles. Gente que regresó del abismo. Que no se venció. Porque, como dice Cherem, la vida continúa. “Detesto los que se victimizan, por eso escribo historias de los que se levantan y siguen”. Vale mucho la pena.

Vamos con el siguiente, El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Un clásico para entender que la vida no tiene sentido en sí misma, sino que somos nosotros quienes se lo damos. Y quién mejor que un psiquiatra, que sobrevivió el peor infierno en la tierra -Auschwitz- y escribió un libro sobre eso, que se transformó en bestseller, para acompañarnos en nuestro camino pantanoso del duelo. “A los que nunca han pisado un campo de concentración quizás les sirva para entender las atroces vivencias de los reclusos y, lo que resulta más difícil, para comprender la actitud vital de los supervivientes”, dijo Frankl acerca de aquellos que fueron salvados exclusivamente por sus ganas de seguir vivos, aún muertos. Es corto, se lee de un tirón y dura para toda la vida.

Volver a conectar

Editado por Círculo de Tiza, La alegría de las pequeñas cosas, de Hanna Jane Parkinson, es el cuarto libro de esta recomendación de lecturas “remediales”. Es una invitación a reconectar con el lado luminoso del mundo. Nos enseña que oler una flor, recordar un beso o mirar a los perros que corren en las plazas pueden ser momentos reparadores cuando estamos rotos. Y son gratis.

La escritura es una de las maniobras terapéuticas más usadas en psicoterapia en los duelos; así la persona expresa sus emociones tóxicas de forma estratégica

Suena naif. Pero la autora confiesa que pasó por momentos duros y difíciles -sobre todo durante la pandemia- que la quebraron. Y fue eso lo que la impulsó a editar sus columnas en el diario The Guardian y transformarlas en un libro que entibie el alma. Al menos un poco. “Intento obsequiarles esas flores que brotan en el desierto, el destello lila durante el crepúsculo, la suela más cómoda que pudiera tener un zapato. Encontrar en eso una fuente de inspiración para sobrellevar el día a día”, escribe, y tiene tanta razón. Solo que cuesta verlo.

Y el último libro sugerido es Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur, una de las únicas tres rabinas que tiene Francia. Editado por Libros del Asteroide, la obra aborda un aspecto fundamental de la experiencia humana: nuestra relación con los difuntos. Son once capítulos donde la filósofa (además de rabina) comparte con el lector su propia vivencia y experticia de dedicarse a consolar y acompañar a quienes han perdido un ser amado.

En su opinión, el principal objetivo de su tarea es transformar la muerte en una inspiración de vida para los que se quedan. “No contar nunca la vida a partir del final -opina- sino a partir de lo que en ella se creyó sin fin. Saber decir todo lo que fue y lo que podría haber sido, mucho antes de decir lo que ya no será”.

Escribir también ayuda

Los duelos son procesos difíciles, por eso es importante tener toda la ayuda posible para transitarlos. En este sentido, los espacios que habitamos pueden ser fundamentales.

La psicóloga Larissa Del Río, especialista en psicología de los espacios, señala que es importante desapegar de manera gradual de los objetos materiales que nos provoquen tristeza y renovar la energía de los espacios.

En un principio, sugiere encontrar un lugar de la casa para permitirse estar mal y que afloren las emociones, procurando un tiempo específico, entre media hora y una hora. Durante ese tiempo recomienda escribir: pueden ser cartas al ser querido ausente diciéndole aquello que no pudimos expresar, o escritos que permitan sacar el enojo que se siente a veces luego de una pérdida.

“La escritura es una de las maniobras terapéuticas más usadas en psicoterapia en los duelos, ya que de esta forma la persona expresa sus emociones tóxicas de forma estratégica”, dice la psicóloga, que recomienda escribir sobre todo en las primeras cuatro etapas del duelo (negación, ira, negociación y depresión), ya que es cuando la persona sufre de un gran dolor que necesita decantar estratégicamente. Una vez escrito, afirma, es importante soltar y no volver a leerlo.

¿Cómo debería ser el espacio que se destina para conectar con el duelo y la escritura? Preferentemente abierto, dice, como una terraza o jardín, aunque también se puede optar por un sitio bien ventilado.

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