Basado en un cuento de Haroldo Conti, Gustavo Bendersky gestó este unipersonal que interpela al público a partir de poner en escena la realidad de millones de niños en el país. El trabajo se presentará nuevamente esta noche a las 20.30, en el espacio escénico en que fue concebido -en plena pandemia-, y que el actor y dramaturgo paranaense denomina “la cocina”.
En 2020, en situación límite por la pandemia de CoVid-19, Gustavo Bendersky concibió Como un león. Lo hizo durante el período de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) dispuesto por el Gobierno Nacional. En esos meses difíciles, el director y actor paranaense trabajó sobre su versión libre del cuento escrito por Haroldo Conti.
“Este unipersonal se creó íntegramente en la cocina de una casa, durante los meses del aislamiento por el Covid”, evocó el actor a EL DIARIO.
Ahora, “en tiempos pandémicos pero sin virus dando vueltas”, el espectáculo regresa a su hábitat para compartir esta experiencia de cercanía e intimidad.
Será con dos funciones que el artista brindará en su propio domicilio, camino a La Toma esta noche a las 20.30, con modalidad de entrada voluntaria (a la gorra – reservas al 154 – 657010)
El unipersonal enfoca una realidad lacerante, que envuelve a la mayoría de los niños en el país.En Argentina, la estadística, impermeable a los sentimientos, resulta un indicador lapidario: actualmente siete de cada diez niños menores de 15 años viven en la pobreza. El dato, escalofriante, hace explícita una hipoteca social que condiciona el futuro para todos quienes habitamos esta parte del mundo.
La obra lleva al espectador a compartir un día en la vida de un niño que sobrevive en una villa de emergencia.
Lo primero que moviliza en la obra es comprobar que el relato planteado por el escritor en 1967 mantiene plena vigencia. No es que lo que se narra en el texto escrito por Conti se ha atemperado en todos estos años. Por el contrario, las condiciones de marginalidad y exclusión se han profundizado dramáticamente.
Al punto que hoy la pobreza es un problema estructural y se ha tornado un mal endémico para la mitad de los habitantes del país.
En ese panorama de violencias cotidianas, soledades, desolación, abusos y muerte que caracterizan la áspera existencia de quienes viven en los márgenes de la sociedad, también se vislumbra la belleza y el amor propio de lo humano. Entre esos carriles se edifica la tarea de Bendersky.
LUCHA COTIDIANA
En el contexto de la historia que se narra en “Como un león”, la cotidiana lucha contra el sometimiento y el confinamiento que enfrentan los habitantes de esas barriadas -conocidas en nuestro continente como asentamientos precarios, villas, chabolas, cantegriles, favelas- no son aristas ajenas a otras más luminosas de la existencia.
En esos territorios áridos, el mensaje del director es que la vida encuentra su camino, a pesar que se estrelle cotidianamente contra muros, a veces simbólicos, otros de concreto puro y duro. Infranqueables para muchos de los `villeros´.
Así, en la historia de Tarumba –identidad que el actor paranaense construyó basándose para su nombre en una canción de Teresa Parodi que incluye en el espectáculo- además de la impotencia por las injusticias de toda laya y tenor, aparecen los sueños, la esperanza. Y los afectos, como la figura de la madre del protagonista, compañía protectora, angel de la guarda, ternura que trata de imponerse a la soledad, la muerte, la desolación.
También como bálsamo está la amistad, acaso una de las razones más poderosas para dar sentido a la existencia. Y también en su vida diaria, Tarumba convive con la presencia de ausentes, como su padre y su hermano mayor. El primero muerto, gastado por las duras condiciones de vida; el segundo asesinado por las fuerzas de seguridad por `portación de cara´. Dos referencias cruciales en la vida de un niño que trata de reemplazar esos vacíos como puede.
MIRADA QUE PUNZA
Con su trabajo Bendersky entrega un claro mensaje. Elige no hacerse el desentendido. Escoje mostrar, sin eufemismo, la realidad a la que se ven sometidas amplias mayorías en América Latina.
Y de ese modo logra conmover al espectador con su mensaje. Justo es decirlo, también moviliza con su interpretación de ese niño que deviene adolescente. Difícil sustraerse a ese calidoscopio de sensaciones que se plantean en los 50 minutos de la puesta. Casi imposible no empatizar con la poesía cruda, directa, que se pone en escena.
Para conseguirlo, el actor ha enfrentado el desafío que se impuso en abril con las mejores herramientas disponibles. Y con ello ha logrado generar un hecho creativo que es digno de apreciarse. Así da cuenta de todo un bagaje de recursos que ha logrado reunir en más de tres décadas de trabajo y estudio. En su apuesta recupera elementos del teatro popular, del clown y en particular un registro vinculado a lo antropológico. Todo esto lo sostiene gracias a un entrenamiento físico con el cual entrega un trabajo intenso, pero sin desbordes.
El traslado del texto literario al espacio escénico está resuelto con destreza por el adaptador. Sobre todo si se toma en cuenta que todo el proceso fue realizado en una cocina y resuelto con lo que había a mano. De este modo Bendersky concreta una traducción digna de un género a otro. Sin duda el proceso tiene complejidades. De todos modos los monólogos de Tarumba, sus cabriolas en una cucheta que de repente muta a vagón, o se transforma en una casilla o un muro, dan cuenta con acierto del universo en que se desarrolla la historia.
A su manera, el realizador de la obra entrega un alegato que supera al pasado imponiénse al presente y proyectándose a un futuro, que se empeña tenazmente en imponerse sobre la muerte y la indiferencia. Porque como expresa el protagonista: “mal o bien, nosotros estamos vivos”.