domingo , 25 agosto 2024
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El iraní Jafar Panahi y su empecinamiento en filmar 

La obra de Panahi refleja de algún modo que no siempre están dadas las condiciones para filmar como uno quiere.

Jafar Panahi es uno de los cineastas más importantes de su país, cuya carrera ha quedado mutilada por el régimen iraní, que encuentra subversivo su cine de carácter social. Marcado por el encierro, el aislamiento, la reclusión forzada, sus objetos fílmicos se postulan como aventuras cinematográficas y actos de compromiso.

Gustavo Labriola

Especial para EL DIARIO

La cultura y el arte en general siempre han sido y son despreciados y objetados por los regímenes autoritarios. En general, los gobiernos reaccionarios identifican a los sectores del arte como enemigos manifiestos y declarados. Tal situación se configura tanto en aquellos que han usurpado el poder, como en algunos legitimados en origen, democráticamente elegidos.

Ha sido una constante. Basta recordar algún ejemplo que no hace más que mostrar un universo de intolerancias y rechazos, como por ejemplo la famosa frase “en cuanto oigo hablar de cultura le quito el seguro a mi (pistola) Browning”, atribuida a Goebbels, el Jefe de Propaganda de Hitler, que en realidad pertenece a la obra teatral Schlageter, de Hanns Johst, dramaturgo oficial del nazismo, que estrenó esa obra el día del cumpleaños de Hitler con su presencia y su beneplácito. Pero ese régimen procuró siempre que la frase quede vinculada con Goebbels con el propósito manifiesto de amedrentar.

Sin duda alguna saben bien los jerarcas a cargo de esas intransigencias, que el sentido crítico, el análisis intelectual, el cuestionamiento perspicaz y la visión humanista que se derivan del arte siempre cuestionan la dominación omnímoda que intentan imponer mediante la fuerza y el despotismo de la interpretación única y sin discusión.

Esa posición intransigente se sostiene muchas veces en sociedades teocráticas. Irán, en estos tiempos, es un claro ejemplo de sectarismo y censura lacerante. 

“Reconocidas en todo el mundo, las películas de Panahi exponen, entre otras calamidades, las condiciones de vida a la que son sometidas las mujeres en el país persa”.

Jafar Panahi, director nacido el 11 de julio de 1960, en Mianeh, de Azerbaiyán Oriental, al norte de Irán, es uno de los grandes continuadores de la obra de Abbas Kiarostami. Fue su ayudante de dirección en A través de los olivos (1994) y forma parte de una generación que ha impuesto su propia visión respecto a la sociedad iraní, conjuntamente con Majid Majidi, Asghar Farhadi, Samira Makhmalbaf y Ali Abbasi. Según el crítico norteamericano Jonathan Rosenbaum, forman parte de lo que denomina “neorrealismo iraní”.

Panahi no ha sido solo perseguido e impedido de filmar en Irán, sino también fue encarcelado en más de una ocasión debido a que sus películas, premiadas y reconocidas por los críticos y teóricos de todo el mundo, exponen, entre otras calamidades, las condiciones de vida a la que son sometidas las mujeres en el país persa.

Un largo camino

Panahi estudió dirección en la Facultad de Cine y Televisión de la Universidad de Teherán y se dio a conocer internacionalmente con El globo blanco (1995), respecto a una niña de siete años que en la tarde del Nouruz, intenta comprar un pez dorado. La fiesta del Nouruz es una tradición persa originaria del zoroastrismo, de hace más de 3.000 años, que considera la llegada de la primavera como una victoria sobre la oscuridad, se celebra el día del inicio de esa estación y es el comienzo del año nuevo para los iraníes. El filme obtuvo la Cámara de Oro en el Festival de Cannes.

Un par de años después, Panahi dirigió El espejo (1997). Nuevamente una niña es la protagonista. En este caso, es una historia urbana (de Teherán), en la que Mina recorre la ciudad y el director aprovecha ese deambular para reflejar la realidad de una sociedad que, entre otras cosas, mantiene lugares separados para hombres y mujeres en los ómnibus. La película fue premiada con el Leopardo de Oro en el Festival Internacional de Cine de Locarno, Suiza.

A partir de su película posterior, El círculo (2000) comenzó el ataque y la persecución del gobierno iraní contra él y su obra, la que fue censurada y Panahi proscripto. En esa historia, alude al rol de la mujer en Irán. Cuatro exprostitutas salidas de prisión deben someterse a imposiciones culturales, sociales y religiosas. Mantienen el temor a volver a ser detenidas y ante su no adaptación a las reglas del islam chiita son segregadas de la sociedad. Panahi ganó el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia y el premio de la FIPRESCI en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

En 2006 realizó Offside, que consiguió el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín. Son unas jóvenes que para asistir a un partido de fútbol, se visten de chicos, ya que las mujeres en Irán tienen impedido el ingreso a los estadios.  

Encierros

Panahi fue encarcelado cuando se encontraba participando del entierro de Neda Agha-Soltan, una joven iraní asesinada en 2009 por la Basij, La fuerza paramilitar había sido creada por el ayatolá Khomeini cuando llevó adelante la revolución teocrática del año 1979 y fue utilizada frecuentemente como fuerza de choque y represión. Poco después Panahi recuperó la libertad, pero se le retuvo el pasaporte, impidiéndole salir del país.

Al año siguiente, el director iraní terminó en la cárcel de Evin, tradicional lugar de reclusión de prisiones políticos en Teherán, junto a su mujer, su hija y varios amigos, en una evidente acción de intimidación, ya que luego de un tiempo de silencio se comunicó que fue detenido porque estaba filmando una película contra el régimen. 

La fuerte presión de numerosos intelectuales, entre ellos prestigiosos directores, en una declaración que manifestaba que “los cineastas iraníes deberían ser reconocidos y no censurados, reprimidos y encarcelados”, no fue suficiente para que sea liberado. De forma tal que, a pesar de haber sido elegido como miembro del Jurado del Festival de Cannes de ese año, su silla quedó vacía, ya que permaneció detenido en Evin.

Panahi comenzó entonces una huelga de hambre y el 25 de mayo luego de pagar una fuerte fianza fue liberado, gracias a la movilización de numerosas organizaciones. Más adelante fue condenado a 6 años de cárcel y 20 años de inhabilitación para hacer cine, salir del país o conceder entrevistas por “haberse reunido y conspirado con la intención de cometer crímenes contra la seguridad nacional del país y hacer propaganda contra la República Islámica”.

A partir de ese momento, Panahi lleva adelante un desafío permanente; rodar sin locaciones, sin guiones o improvisando, en su casa, en el auto, en condiciones absolutamente precarias, pero desplegando un amor incondicional por el cine.

Así, en 2011 bajo la forma de un diario doméstico, realiza Esto no es una película, mediante una cámara de alta definición, con su teléfono móvil y en su domicilio. Expresa una vocación que le es imposible dejar de concretar. A pesar de su arresto domiciliario, lo que en principio le impide filmar, pero que él desoye. Incluso en el inicio de la película Panahi habla por teléfono con su abogada, sobre su situación procesal.

Escondida en un pastel y grabada en una memoria USB, Esto no es una película llegó al Festival de Cannes, lo que generó una reacción de la comunidad cinéfila internacional en su apoyo. 

Panahi utiliza y conduce su propio auto para filmar íntegramente en él, Taxi Teherán (2015), en el cual ante dos minicámaras, distintas personas hablan de su vida o expresan sus opiniones. Los interlocutores del conductor son actores no profesionales, interpretándose, de alguna manera, a sí mismos. Recorren toda la ciudad de Teherán y el conductor (Panahi) es metafóricamente, alguien que, encerrado, utiliza a la cámara como ejercicio de libertad. El filme obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín.

Realidad y ficción

En Tres caras (2018), Panahi se dirige junto a una actriz en auxilio de una joven que le había enviado un video reclamando ayuda para escapar de su aldea y su familia conservadora. En ese trayecto hasta las montañas del norte del país y en el encuentro con el ámbito casi rural, plantea las inhóspitas condiciones de vida de las mujeres de Irán, con mayor énfasis en las que habitan en pequeños poblados o en el campo.

En su más reciente película No hay osos (2022), Panahi vuelve a ser el protagonista, en otra historia en la que convive lo artístico con lo documental y su voluntad de filmar contra todo obstáculo y restricción. 

En el filme, es un director de cine recluido en un pueblo muy pequeño cercano a la frontera, pero manteniéndose en territorio iraní, y por lo tanto forzado a dirigir a distancia una película que se filma en una ciudad próxima ubicada en Turquía, por video llamadas y perjudicado por una endeble señal. 

Se mantiene aislado en una casa y atendido por la madre del dueño. Solicita al joven que le provee la casa, que, con características documentales, filme una ceremonia pre matrimonial y él mismo toma algunas imágenes del lugar y de algunas personas. Ese hecho, sumado a la sospecha de la razón por la cual se ha retirado a ese pueblo, desencadenaría hechos fatales. Mientras, en la ciudad, la ficción filmada por sus ayudantes toma también características dramáticas. Panahi, sumando otro galardón a su larga lista de premios, fue premiado con el Premio Especial del Jurado en Venecia. 

“El cineasta usa la realidad como su inspiración, la pinta con el color de su imaginación, y crea el filme que es una proyección de sus esperanzas y sueños”.

El 11 de julio de 2022, tres días después que fuera encarcelado en Teherán otro director perseguido, Mohammad Rasoulof, autor de la premiada en Cannes La vida de los otros (2020), Panahi fue nuevamente llevado a prisión por apoyar públicamente al director apresado y con la acusación por parte del gobierno de “colusión contra la seguridad nacional y por propaganda contra el sistema”. En febrero de 2023, luego de una huelga de hambre para protestar contra sus condiciones de reclusión y abonar una fianza, Panahi fue liberado.

Por otra parte, justo es reconocer que Panahi, además de Rasoulof, no fue el único cineasta iraní humillado con detenciones o dificultades. Tanto Majid Majidi en 1997 al acudir a Los Ángeles para la entrega de los Óscar, como Darius Mhrjui, cuando iba a recibir un homenaje en las Naciones Unidas, fueron retenidos. Inclusive, Mojtaba Mirtahmasb, fue acusado de ser un espía de la BBC mientras viajaba a Toronto para presentar “Esto no es un film”, en representación de Panahi. Todos ellos padecieron inconvenientes.

En una clara proclama, en oportunidad de cuando fuera condenado a no filmar por veinte años, en el año 2009, Panahi hizo conocer una carta abierta en la que decía: “El cineasta usa la realidad como su inspiración, la pinta con el color de su imaginación, y crea el filme que es una proyección de sus esperanzas y sueños. La realidad es que ellos me han privado de pensar y escribir por veinte años, pero ellos no pueden dejarme sin soñar por veinte años que la inquisición y la intimidación será reemplazada por la libertad y el libre pensar”. 

Sus películas tienen un metamensaje: cómo expresar lo que se siente y piensa, más allá de los contextos.

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